La primera derrota
“El problema del Gobierno es político, no comunicacional”.
Por Gonzalo Müller
Siempre es duro reconocer los errores, implica un acto de humildad no muy propio de la política actual. Pero en los hechos, aunque aún no lo verbaliza, el gobierno de la Nueva Mayoría está procesando y masticando su primera derrota. Las reformas tributaria y educacional han generado un rechazo no previsto y ya hay varios parlamentarios oficialistas preocupados de que aprobar las reformas tal como se han presentado podría implicar un divorcio permanente con la clase media.
Todavía hay quienes hablan de un problema comunicacional: las reformas son buenas, pero no se han logrado explicar bien. Esta es siempre la primera etapa de negación de todo gobierno que se desconecta de la realidad social, pero gente como el diputado socialista Osvaldo Andrade se atreve a hablar abiertamente de déficit político en la conducción de los ministros que encabezan las reformas. Lo cierto es que es evidente que ambas reformas se han quedado sin aliados, más allá de los ministerios y sus asesores.
Las reformas han encontrado una oposición social y cultural que ha logrado articular, desde la sociedad, civil marchas y asambleas a lo largo del país expresando molestia con autoridades que han actuado con soberbia; incapaces de escuchar, pero aun así decididas a impulsar cambios que afectan directamente la vida de las personas: padres preocupados por la educación de sus hijos y de que se respete su derecho a elegir, emprendedores y pymes que se sienten amenazados por cambios que los dejan en manos de la banca, al quitarles el FUT como mecanismo de ahorro.
Esta desconexión con las necesidades y anhelos de la clase media es lo que debaten el Gobierno y sus parlamentarios a puertas cerradas, mientras que senadores como Ignacio Walker o Carlos Montes deslizan en la prensa una mirada crítica a las reformas y alertan frente al descontento que los anuncios han generado.
Como tantas veces, la izquierda demuestra que su gran capacidad para leer las necesidades sociales sólo es proporcional a la dificultad que tiene para dar con las soluciones correctas. De eso, su excesiva ideologización es la responsable, tan eficiente para construir el “qué”, pero tan mala para diseñar e implementar el “cómo”.
Si la derecha entiende que pese a su débil estado actual tiene una oportunidad, verá que ella no reside en el Congreso —donde no tiene los votos—, ni en el espejismo de alcanzar acuerdos que pueden desviarla de lo que la derrota electoral del año pasado indica como su único camino: la calle. Salir de los salones de la política tradicional para encontrarse con el mundo social, para escuchar y construir como nunca antes las confianzas que surgen del trabajo conjunto. Es un camino difícil, porque implica un doble esfuerzo de socialización y de asumir una pérdida de poder a manos de esa base social.
Así, la primera derrota del Gobierno, correctamente entendida, no es comunicacional, sino política. Y se produce por una mala lectura del tipo de ciudadanos que hoy se moviliza, ajeno a la lógica de las lealtades políticas y más cercano al pragmatismo que caracteriza a la clase media.