¿Nueva? Mayoría
“La negociación tributaria fue producto de una división del oficialismo”.
Por Cristina Bitar
La semana pasada ocurrió algo que marca un punto de inflexión en el gobierno de la Nueva Mayoría. Es verdad que el Ejecutivo y la oposición negociaron un proyecto de reforma tributaria diferente, pero políticamente lo que sucedió es inédito desde 1990. Esta negociación, en los hechos, fue producto de una división de la Nueva Mayoría, lo que dio piso a la oposición para obtener cambios, dado que no tiene los votos para negociar eficazmente. La forma en que esto se materializó no lo hace evidente, porque vimos un acuerdo entre el Ministerio de Hacienda y la comisión homónima del Senado en su conjunto, pero no hay que leer entre líneas para comprender el rol de algunos senadores oficialistas.
Aunque el oficialismo tiene mayoría absoluta en el Congreso, no es homogénea, pues hay en su interior un polo moderador probablemente bastante transversal —no es sólo la DC— que hizo resucitar en gloria y majestad la llamada democracia de los acuerdos de los 90. Es una muy buena noticia, porque nos muestra un Gobierno que se empieza a moderar y, a juzgar por su reacción, con el beneplácito de la Presidenta Bachelet.
Nuestro país eligió, hace ya muchos años un camino y sería un error abandonarlo. Se pueden hacer cambios, obviamente, pero cualquiera que pretenda salirse del modelo de sociedad que nos ha dado estabilidad política y progreso económico en los últimos 30 años tiene que pensarlo muy bien y negociar con una mayoría que no cree en cambios revolucionarios.
El voluntarismo es mal consejero y, como dijeron muy bien los senadores DC Ignacio Walker y Andrés Zaldívar, las mayorías ocasionales no autorizan a hacer cualquier cosa y no se puede gobernar contra la mitad. Esta es, además, la interpretación correcta de la última elección: la Presidenta Bachelet y su pacto político obtuvieron un respaldo muy importante, pero hay que saber leer bien ese apoyo, porque no es para hacer cualquier cosa. La mayoría expresó su voluntad de cambios, pero, a la luz de lo que hemos visto en las últimas semanas, es claro que en la gente hay deseos de corrección y no de aventuras cuyo resultado no ha sido exitoso en ninguna parte del mundo.
Para la oposición, este nuevo escenario plantea oportunidades, pero también riesgos muy altos. Por una parte, se valida políticamente ante el país siendo parte de las negociaciones y los acuerdos, lo que la rescata del rol de irrelevancia en que aparecía luego del cambio de gobierno. Es por lejos su mayor beneficio político, dejando de lado los cambios sustantivos al proyecto que son buenos para el país en general.
Sin embargo, estos acuerdos van validando las reformas que propone el Gobierno, dándole un certificado de consenso a cambios que están muy alejados de su ideario político. A lo que se agrega que se le estrecha mucho la cancha para criticar en el futuro, y, desde su rol opositor, los resultados de todos estos cambios. En este sentido, la UDI está en la posición más difícil y —aunque esta vez se sumó al acuerdo— no es claro que le convenga a futuro seguir con la misma estrategia sin desperfilarse en su electorado natural.