Primero los profesores
“La primera reforma debiera apuntar a tener más y mejores profesores. Habría que haber partido por ahí”.
Por Cristina Bitar
Ayer se conoció un estudio del CEP que entrega información alarmante sobre la calidad de la formación de nuestros profesores. Un tercio de quienes ingresan a estudiar pedagogía no ha dado la PSU y de los otros dos tercios el puntaje promedio es de 489 puntos. Ello significa que en el examen de matemáticas contestaron bien 18 preguntas de 75, según informa El Mercurio. Estos datos son sorprendentes, porque si hay algo en que todos los especialistas están de acuerdo es en que lo más importante para mejorar la calidad de la educación es tener profesores calificados, motivados y trabajando en condiciones razonables. Ese es el factor constante en todos los países exitosos en materia educacional.
El problema de los profesores es extraordinariamente complejo, porque un cambio profundo y sostenido en el tiempo implica lograr que el sistema se mueva en varias dimensiones diferentes. En primer lugar, hoy el círculo vicioso está dado porque los profesores perciben muy malas remuneraciones en el sistema municipal y, en términos generales, en el particular subvencionado. Ello no es responsabilidad, hay que decirlo, de los alcaldes y sostenedores, pues aun los que tienen sistemas de administración eficientes están limitados por el monto de la subvención que sigue siendo muy baja. A las bajas remuneraciones las sigue el poco interés de los estudiantes por ingresar a pedagogía, pues tienen posibilidades económicamente más atractivas.
A lo anterior se suma que las condiciones de trabajo de los profesores son también muy poco atractivas, ya que la mayoría de ellos enfrenta una carga de tiempo de trabajo en aula que hace imposible la preparación adecuada de las clases, el desarrollo de materiales, así como la confección de instrumentos de evaluación y su adecuada corrección. Es imposible lograr un proceso de enseñanza y aprendizaje eficaz si el profesor está todo el día en la sala de clases.
En tercer lugar, la gestión de los profesores se ha tendido a hacer más rígida, estrechándose las posibilidades de evaluación y de incentivo a los mejores. Ningún sistema en que los buenos no pueden destacarse y premiarse promueve la mejoría del conjunto.
Es imposible dejar de señalar que llama la atención que la reforma educacional tenga su foco en la prohibición del lucro, del copago y de la selección, pero no se enfoque directamente en mejorar la calidad del trabajo docente. Es probable que los promotores de la reforma consideren que el conjunto de sus medidas ayuda en esta dirección, pero es indudable que si ello es así, es sólo un efecto residual, porque el foco no está puesto ahí. De hecho, la prohibición del copago tiene la consecuencia de sacar recursos del sistema, cuando es bastante obvio que la situación de los profesores no mejorará si no agregamos más dineros para ese fin.
La primera reforma debiera apuntar directamente a tener más y mejores profesores; a fin de cuentas, ellos son la viga maestra de este edificio. Habría que haber partido por ahí. Es de esperar que el Ministerio de Educación así lo entienda y se preocupe en hacer esa reforma con más urgencia que otras.