Un problema educacional antes que legal
El décimo Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar, cuyos resultados se conocieron este viernes, dio cuenta de una realidad preocupante. Entre 2011 y 2013, el consumo de marihuana entre los estudiantes creció 56%; un aumento de 135% en la última década. Las razones de este incremento no son fáciles de determinar, pero los especialistas […]
El décimo Estudio Nacional de Drogas en Población Escolar, cuyos resultados se conocieron este viernes, dio cuenta de una realidad preocupante. Entre 2011 y 2013, el consumo de marihuana entre los estudiantes creció 56%; un aumento de 135% en la última década.
Las razones de este incremento no son fáciles de determinar, pero los especialistas concuerdan en que la baja en la percepción de riesgo es uno de los principales factores: en sólo dos años este ítem cayó 27%. Estas tendencias se observan a nivel global y parecen tener relación con una mayor visibilidad del uso de la cannabis, que ha ido de la mano con una caracterización más benigna de la sustancia.
Frente a este escenario —que incluye variables médicas, económicas, y culturales—, pensar en la legalización de la marihuana sería cuanto menos cuestionable. Sin embargo, la experiencia internacional no ha demostrado que una legislación más o menos restrictiva tenga un impacto real en los hábitos de consumo de la población. Menos en los jóvenes. En Holanda, por ejemplo, la cantidad de menores de 18 años que declaran consumir marihuana es sensiblemente menor que la de países con leyes más duras, como Gran Bretaña. Por el contrario, otros países que han legalizado el consumo, como República Checa, están a la cabeza en el uso de cannabis entre menores de 16 años. En Sudamérica, Uruguay se convirtió en el primer país en despenalizar la marihuana, pero la ley poco dice acerca de políticas educativas para los estudiantes —quienes quedan fuera del marco regulatorio—. La ONU ya ha planteado que es probable que el comercio ilegal se centre ahora en ese grupo.
El caso chileno es un ejemplo paradigmático de la falta de correlación entre el marco legal y el uso de la droga. Pese a endurecer la legislación contra la marihuana en los últimos años —en 2006 fue incluida en la lista de “drogas duras”—, el consumo en todos los grupos etarios y sociales ha ido en aumento.
Y es aquí donde está quizás uno de los problemas. En el último tiempo, la discusión pública se ha limitado a debatir los beneficios o perjuicios “prácticos” que tendría la legalización, pero se ha dejado de lado la dimensión educacional y cultural que tiene esta problemática. Sin políticas claras de prevención y concientización entre los jóvenes, inevitablemente los cambios legales tendrán efectos negativos.
Lamentablemente, en Chile los fracasos de las políticas de educación al respecto se cuentan por decenas. Si a esto se suma cierta normalización del consumo promovida desde los más diversos círculos sociales, artísticos y hasta políticos, los resultados publicados el viernes no deberían sorprender.
Las políticas públicas se han centrado en la abstención y exponer los daños de la marihuana, pero los expertos coinciden que sin una red psicológica asistencial (sólo hay 70 especialistas para todo el país) y la obligatoriedad de que las escuelas posean planes preventivos desde temprana edad, la acción estatal seguirá siendo ineficaz.
La banalización del consumo de marihuana cada vez es más común y esto nunca puede ser visto como algo positivo. La marihuana es una droga, y así debe ser tratada desde el punto de vista sanitario.
Por más que sus efectos sean menos dañinos que los de otras sustancias, las consecuencias que su abuso tienen para la salud están documentadas. La Organización Mundial de la Salud ha expuesto incluso la relación que hay entre la intoxicación por THC y el desarrollo de enfermedades mentales como la psicosis y el síndrome antimotivacional.
Estos efectos pueden ser aún más peligrosos para los adolescentes, quienes están en pleno proceso de desarrollo físico y psicológico.
Asimismo, existe abundante literatura acerca de la función que cumple la marihuana como “puerta de entrada” a drogas más peligrosas. Aun cuando no existe una explicación concluyente al respecto, sí se ha demostrado que su consumo habitual disminuye la percepción de riesgo sobre el uso de otras sustancias. Así, aparece nuevamente el factor cultural por sobre cualquier consideración legal.
Estos son aspectos que no pueden ser ignorados, sea que se decida o no debatir sobre una posible legalización. El foco de cualquier acción pública debe estar en mejorar los hábitos de salud de la población y especialmente de los jóvenes, pero para lograrlo no existen salidas fáciles ni recetas mágicas. Una campaña del terror hacia la marihuana tampoco ayuda en nada, pero pensar en despenalizar, argumentando los beneficios que tendría un mayor rol estatal en el comercio de la marihuana —sobre todo en la disminución del consumo entre los jóvenes—, parece bastante inocente.
El rol del Estado en materias de índole personal o privado debe ser siempre mirado con pinzas. El debate político está muy al debe en esta materia.