Vergonzoso silencio de Europa
El asesinato de 298 pasajeros del vuelo 17 de Malaysia Airlines y el posterior maltrato de los cadáveres de las víctimas horrorizaron al mundo civilizado. La eventual responsabilidad de este acto, merecidamente considerado un crimen de guerra, recae claramente sobre el Presidente Vladimir Putin, cuyo gobierno entregó los misiles antiaéreos empleados por los rebeldes ucranianos […]
El asesinato de 298 pasajeros del vuelo 17 de Malaysia Airlines y el posterior maltrato de los cadáveres de las víctimas horrorizaron al mundo civilizado. La eventual responsabilidad de este acto, merecidamente considerado un crimen de guerra, recae claramente sobre el Presidente Vladimir Putin, cuyo gobierno entregó los misiles antiaéreos empleados por los rebeldes ucranianos para derribar el avión.
Estados Unidos ha llamado a una intensificación de las sanciones impuestas a Rusia tras invadir y anexar Crimea entre febrero y abril pasado, pero la respuesta de la Unión Europea ha sido un vergonzoso silencio, a pesar de que 193 de las víctimas fueron holandesas. Finalmente hoy, casi dos semanas después del atentado, los líderes europeos se preparaban para sumarse a las sanciones propuestas por Washington, pero su atraso ha dañado en forma importante la credibilidad e influencia de la coalición.
El problema de fondo es cómo relacionarse con el Presidente Putin, y específicamente si se permitirá que beneficios económicos tengan más peso que principios políticos fundamentales como la defensa de la soberanía de los Estados.
Cuando se derrumbó la Unión Soviética hace casi un cuarto de siglo, muchos esperaban que Rusia adoptaría los principios generales de Europa, con una democracia representativa que resguardaría los derechos fundamentales de sus ciudadanos y, como una norma mínima en su política exterior, no amenazaría a sus vecinos. Ese fue el objetivo de Boris Yeltsin. Aunque nunca supo definir ni menos implementar qué forma de sistema occidental prefería, logró un importante acercamiento hacia las normas internacionales y firmó históricos acuerdos de reducción de armas.
Pero una corriente dentro de Rusia deseaba un retorno al modelo autoritario del pasado. Se hizo sentir en el fallido golpe de Estado de 1991 y luego en la elección de Putin en 2000. Desde entonces, bajo su propio mandato o el de su delfín, Dmitry Medvedev, han progresivamente restringido los derechos de expresión y representación de su pueblo a cambio de la estabilidad política, junto al costo asociado a una corrupción generalizada en el manejo de la economía y control de las grandes industrias nacionales, que han sido repartidas entre los cercanos al gobierno.
Mientras las principales víctimas de sus políticas fueran opositores internos o miembros de minorías étnicas en la República de Chechenia, la comunidad internacional presentó escasas críticas. Tampoco lo hicieron en 2008 durante una breve guerra entre Rusia y la ex república soviética Georgia.
Fue más notorio, e injustificable, la débil protesta de la Unión Europea ante la invasión de Crimea y sus secuelas. Quedó de manifiesto que los intereses económicos de los principales países de la UE prevalecieron sobre la obligación moral, y práctica, de sancionar la descarada ocupación del territorio de una nación soberana, fomentar y armar una guerra civil, y facilitar los medios para derribar un avión de transporte civil.
Las motivaciones eran claras. Alemania buscó proteger sus exportaciones y lazos con el sector energético, mientras argumentaba que era más eficaz mantener un diálogo con Moscú. El Presidente de Francia, François Hollande, se negó a cancelar la venta de un portahelicópteros que construye para la marina rusa. Incluso el Primer Ministro británico, David Cameron, que abogó por sanciones más fuertes, se preocupó de proteger los intereses del sector financiero de su país, que tiene fuertes inversiones de oligarcas rusos cercanos a Putin.
Europa estaría reconsiderando su postura para sumarse a las sanciones propuestas por el Presidente Barack Obama y hasta podría superarlas. Pero muchos negocios cuestionables quedarían exentos de las restricciones (la venta de la nave francesa no estaría afectada por ellas) y la corrosión a la efectividad de su política exterior, particularmente su credibilidad ante países de Europa oriental, tomará mucho tiempo en ser restaurada.