Amor a sí mismo: ¿Egoísmo o lucha contra el mal?
“El respeto y amor a los demás ha de comenzar por el amor a sí mismo”.
Pbro. Luis Eugenio Silva
La tradición judeo-cristiana monoteísta pide que el amor a Dios se complemente con el amor al prójimo como a sí mismo. ¿Egoísmo? No, ya que amarse a sí mismo no es más ni menos que afirmarse en la vida, primera obligación natural del hombre, y así amar a los demás. Pero en esta tarea nos encontramos con las diversas formas del mal, especialmente con el egoísmo.
Es bien sabido que es precisamente el mal y su realidad misteriosa lo que se opone al Dios único y verdadero, que la religión monoteísta afirma, y origina para algunos el ser ateos.
¿Cómo oponerse al mal? Para el creyente, viviendo los frutos del Espíritu que se desprende de la predicación de Jesús —especialmente el amor caridad—, pues de este modo hace un cambio en su vida y lo lleva a relacionarse con los demás con serenidad, paz y racionalidad, buscando solucionar los problemas que se originan en la vida social y personal.
Sabemos que la causa primera de la realidad material es espiritual y que el mundo exterior es el espejo de nuestras disposiciones que lo crean. Es por ello importante buscar cambiar las disposiciones interiores de la cultura pragmática y materialista para que todos puedan ser respetados, responsables y propietarios de su destino.
El respeto y amor a los demás ha de comenzar por el amor a sí mismo.
Leyendo a una teóloga canadiense anoté las condiciones que son necesarias para amarse a sí mismo, sin caer en el egoísmo. Estas serían siete: aceptarse, expresarse, afirmarse, satisfacer sus necesidades, respetar sus propios límites, no comprometer su seguridad y valorizar su autonomía.
De este modo, una persona que se ama a sí misma se acepta incondicionalmente y se siente bien con sus diferencias, condiciones y defectos, tratando de cambiar lo negativo, pero sin disminuirse, ni pretender ser otra cosa que lo que se es.
Sabe expresarse, ya que posee el derecho a ello, manifestando lo que se es y así aceptando que los otros hagan lo mismo.
Al afirmarse, no se siente víctima ni actúa quejumbrosamente ante los demás, y toma el lugar que le corresponde y que ningún otro puede tomar.
Al satisfacer sus necesidades, toma lo que necesita, de modo racional, viendo sus carencias y lo que puede tomar.
Respetarse a sí mismo no es otra cosa que ser cuidadoso, respetar su integridad y autonomía, y de este modo respetar a quien tiene al lado, su prójimo.
De esta manera, el amor a sí mismo no es un camino hacia el egoísmo, sino al contrario es el sendero que lleva al respeto del otro y propio.
Estas normativas morales implican por cierto el desarrollo personal de las virtudes, que tan inteligentemente desarrolló Aristóteles en sus tratados de ética, especialmente en el dedicado a su hijo Nicómaco. Se cumpliría así el mandato del judeo-cristianismo que se expresó en el Decálogo y como consecuencia se desataría la lucha en contra del misterioso mal moral y físico que se mezcla con la realidad positiva.