El verdadero liderazgo de Bachelet
Por Sergio Muñoz Riveros
“Si el Gobierno continúa con el discurso de campaña, puede fomentar la inestabilidad y provocar frustraciones”.
Por Sergio Muñoz Riveros
Sin estar obligada a ello, la Presidenta Bachelet interpretó el apoyo recibido en las urnas como una explícita aprobación a su programa, el que habría adquirido el carácter de mandato ciudadano. Señaló, además, que no iba a presidir un quinto gobierno de la Concertación, sino que el primero de la Nueva Mayoría. Nadie sabe si habrá un segundo, pero todos entendieron que su deseo era liderar un gobierno “más de izquierda”.
Lo paradójico es que los electores no votaron por el programa, que leyeron muy pocos, sino que depositaron su confianza en Michelle Bachelet como persona, como lo acaba de certificar la encuesta CEP. El problema es que algunos parlamentarios de la Nueva Mayoría, como Camila Vallejo, declaran cada vez que tienen oportunidad que ellos son “leales al programa”, y parecen estar convencidos de que constituye el manifiesto de un gran viraje en la vida nacional, de un “cambio de paradigma”, como les gusta decir a los académicos que se entusiasmaron con la perspectiva de ser los intelectuales de una transformación “sistémica” de la sociedad.
Transcurrido medio año, sobran las evidencias de que hubo una defectuosa lectura de la realidad, de la cual se derivaron diagnósticos equivocados. Si el Gobierno continúa con el discurso de campaña, puede fomentar la inestabilidad y provocar frustraciones muy costosas. Lo responsable es ajustar los planes, que fue lo que hizo Hacienda cuando, con la economía a la baja, le aconsejó a la Presidenta modificar el proyecto de reforma tributaria en diálogo con los opositores.
Pero todo está encadenado. ¿Para qué era la reforma tributaria? La respuesta inicial era instantánea: para realizar una “reforma estructural de la educación”. ¿Y en qué consistía esa reforma estructural? Bueno, en eso que han estado explicando Eyzaguirre, Quiroga y Palma de diversas maneras, y cuyos posibles resultados son un enorme interrogante.
La expresión “Chile cambió” ha sido la base de la retórica refundacional. Efectivamente, Chile ha cambiado, pero no como suponían quienes han tratado de llevar el paso de las marchas estudiantiles. Según la encuesta CEP, las platas de la reforma tributaria deben usarse así: salud, 56%; educación, 22%; pensiones, 11%; vivienda, 7%. Además, los encuestados temen que todos terminemos pagando el alza de impuestos.
Por encima del programa, la necesidad de alentar la actividad económica se ha tomado la agenda. Ello sólo dará frutos si el Gobierno favorece un clima de confianza y apuesta por una firme alianza público-privada. Si la economía no recupera dinamismo, todo lo demás será ruido ambiental.
Las reformas no tienen valor en sí mismas. Deben demostrar que son beneficiosas para el país, lo cual obliga a gobernar con realismo. Ese es el reto del liderazgo.