Modernización capitalista versus derechos sociales
Guillermo Larraín
Las interpretaciones sobre la encuesta del CEP seguirán por un largo tiempo. El CEP incluyó preguntas capciosas que nadie cree que estén ahí por negligencia. Salvo que alguien provea una explicación plausible, sólo cabe interpretar la redacción de las preguntas con un sentido político, lo que es una mala noticia para la democracia dado que hasta ahora la encuesta del CEP era un buen barómetro de lo que piensan los ciudadanos y era usada urbi et orbi.
Por Guillermo Larraín
Las interpretaciones sobre la encuesta del CEP seguirán por un largo tiempo. El CEP incluyó preguntas capciosas que nadie cree que estén ahí por negligencia. Salvo que alguien provea una explicación plausible, sólo cabe interpretar la redacción de las preguntas con un sentido político, lo que es una mala noticia para la democracia dado que hasta ahora la encuesta del CEP era un buen barómetro de lo que piensan los ciudadanos y era usada urbi et orbi.
Sin embargo, es preciso ir más allá en el análisis del tema educacional. ¿Por qué una persona que sólo tiene como experiencia vivencial la educación pagada podría imaginar cómo es una educación gratuita? ¿Por qué a familias que durante los últimos 30 años han sometido a sus hijos a exámenes para el ingreso a la educación no les parecería natural que ésa es la forma obvia de acceder a ella? ¿Por qué no sería obvio preferir pagar un poco por sobre la subvención para que los hijos convivan con “gente como uno”?
En la película “Good bye Lenin”, un hijo cuya madre agonizante estaba comprometida con el régimen comunista le esconde todas las señales del cambio por el que pasaba Alemania. Para ella, el comunismo era todo lo que había vivido y el hijo intuía que, si se daba cuenta de que ese proyecto fracasó, no sólo moriría de la impresión, sino que además moriría deprimida. Al final pasa lo que tiene que pasar, y la publicidad de Coca-Cola se toma la pantalla, aunque la madre no alcanzó a ver eso. El cambio había llegado: la madre murió ignorante, el hijo quedó expectante.
Lo que le ocurrió a esa madre comunista no es distinto de lo que le pasa a cualquier persona inmersa en un sistema dado: ver la posibilidad de un cambio genera temor, parálisis, resistencia y, sobre todo, incapacidad para ver que otro mundo es posible. Todo se lo percibe como amenaza.
Pasó cuando se discutían otras leyes, como la ley que permitió el divorcio o cuando se dio iguales derechos a los hijos de filiación no matrimonial. En ambos casos, a pesar de que existía una mayoría que apoyaba las dictación de leyes (por ejemplo, el 74% de los encuestados por el CEP en 2002 apoyaba el divorcio), éstas vieron la luz del día sólo años después (9 en el caso del divorcio). Es decir, una minoría lograba imponer su agenda, en parte por razones ideológicas o religiosas y en parte porque pensaban que las consecuencias serían desastrosas.
En educación hoy pasa algo parecido. Obviemos el caso de quienes se oponen a los cambios por razones de conveniencia económica. Quedan muchos que se oponen a los cambios por las mismas razones antes señaladas: miedo, ante la incapacidad de ver un sistema organizarse de una manera distinta a como lo es hoy.
Cuando Carlos Peña habla de que la “modernización capitalista” llegó para quedarse, tiene razón a medias, porque hay aspectos de dicha modernización que son incuestionables -el apetito por el consumo es uno-, pero esa modernización no significa para nada que haya una preferencia por que todas las actividades de la vida estén entregadas al mercado.
En el mundo de las democracias capitalistas avanzadas, se han dejado muchas áreas de la vida fuera del ámbito del mercado. El caso más emblemático es el sistema de salud inglés -país cuna del capitalismo-, en que la salud es provista íntegramente por el Estado y en forma gratuita. Entonces, a diferencia de lo que dice Peña, no existe una contradicción esencial entre modernización capitalista y entender la educación como un derecho social.