Bicameral / unicameral
En los últimos días, el tema de realizar reformas estructurales en el Parlamento cobró gran importancia. Esto, luego de que varios diputados de diferentes coaliciones plantearan la idea de reformar el régimen legislativo que hoy existe en el país, pasando de un sistema bicameral a uno unicameral, lo que en primera instancia conllevaría la eliminación […]
En los últimos días, el tema de realizar reformas estructurales en el Parlamento cobró gran importancia. Esto, luego de que varios diputados de diferentes coaliciones plantearan la idea de reformar el régimen legislativo que hoy existe en el país, pasando de un sistema bicameral a uno unicameral, lo que en primera instancia conllevaría la eliminación del Senado.
Esta iniciativa no es nueva y ha sido objeto de debate por años al interior del Congreso; sin embargo, en el marco de la reforma electoral y en medio de la vorágine reformista actual, las propuestas de este tipo tienden a adquirir rápidamente el carácter de proyecto.
Aun cuando la idea todavía se encuentra en pañales, la propuesta ya ha generado diversas reacciones. Mientras que en la Cámara Baja la idea suma apoyos —el presidente de la Cámara de Diputados, Aldo Cornejo, es uno de los impulsores—, en el Senado naturalmente el rechazo es mayoritario.
¿Cuáles serían los posibles efectos de una modificación de este tipo?
Los partidarios del cambio plantean que permitiría una mayor representatividad de la voluntad ciudadana, agilizar la tramitación de leyes y sortear cualquier posibilidad de autoritarismo por parte del Ejecutivo, al concentrar el Poder Legislativo en un solo organismo.
Exponen además la falta de lógica en la existencia de dos cámaras en un Estado unitario como el chileno, así como el hecho de que ambas cámaras se guíen por el mismo criterio de territorialidad.
Por el contrario, quienes argumentan a favor del bicameralismo señalan que este tipo de sistema fomenta la estabilidad, al promover la cooperación entre los diferentes órganos de administración del Estado, y a la vez funciona como un mecanismo de control mutuo entre ambas cámaras. Con esto se evitarían posibles excesos derivados de la existencia de una mayoría fuerte en el Congreso y se prevendría la promulgación de leyes que no han pasado por un debate minucioso.
No obstante estos argumentos, tal como sucede con otros cambios estructurales y los efectos potenciales de estos, la experiencia internacional demuestra que no existe una correlación exacta entre unicameralismo y mejor democracia o bicameralismo y mayor estabilidad.
A nivel internacional, entre los países que han optado por una sola Cámara hay ejemplos tan dispares como Suecia y Venezuela, mientras que la adopción de una Cámara Alta no ha estabilizado a regiones convulsas como Europa del este o África.
No se puede dejar a un lado que la adopción del unicameralismo trae consigo un mayor empoderamiento del Parlamento y un debilitamiento del régimen presidencialista vigente. Es aquí donde está quizás la mayor problemática de la propuesta de reforma del sistema legislativo. En la situación actual, con un Congreso con una imagen muy debilitada ante la opinión pública (sus cifras de desaprobación son las más altas entre los tres poderes del Estado) y en la mira por posibles irregularidades financieras, pensar debilitar el presidencialismo —que en el caso concreto de Chile ha sido garantía de estabilidad— para otorgar mayores atribuciones al Parlamento no está en línea con la realidad de nuestra institucionalidad ni con las demandas de la ciudadanía.
No pueden descartarse cambios en esta dirección en el futuro, pero esto será imposible mientras no se realicen mejoras profundas al Poder Legislativo —tanto en lo que respecta a una mayor transparencia como a sus niveles de representatividad—, mucho menos estruendosas, pero significativamente más necesarias.