Desafíos, riesgos, enigmas
“La igualdad extrema, por sí misma, y aunque a nadie le guste decirlo, sólo se encuentra en los hormigueros”.
Me tocó seguir desde la Universidad de Chicago, a poca distancia de la casa donde vivía en su calidad de profesor de Derecho Constitucional, al lado de su librería preferida, la campaña presidencial de Barack Obama. Tenía muchos colegas que eran amigos suyos y uno de ellos, profesor de Historia de México, si ahora no me equivoco, era casado con una de las profesoras de sus hijas. Estaban todos tan cerca del personaje, que cuando salió en la pantalla de mi televisor, hacia las dos o tres de la madrugada, un letrero que anunciaba que Barack Obama era el Presidente número 44 de los Estados Unidos, les costaba mucho creerlo. Pues bien, en las semanas y meses que siguieron se hablaba mucho de Obama; de la crisis subprime , que provocaba por todos lados anuncios de catástrofe financiera comparable y hasta peor que la del año 1929, y de las ideas económicas de un personaje llamado Timothy Geithner, que después fue nombrado secretario del Tesoro por el nuevo Presidente. Pues bien, me habría gustado mucho asistir al seminario del ex tesorero aquí en Santiago y no puedo decir que no tuve tiempo de ir. No tuve tiempo de otra cosa, mucho más burocrática y complicada: hacerme invitar.
Me limito, entonces, a comentar lo que publican los diarios y a buscar la edición norteamericana de su último libro. Nuestra lejanía de los centros culturales se multiplica debido a la pobreza de nuestro mercado librero. En este aspecto, somos una sociedad poco informada y condenada a seguirlo siendo. Geithner dijo que la flexibilidad laboral del mercado norteamericano ayudó a su país a salir de la crisis, en notorio contraste con lo que sucede en Europa. No todos los sistemas laborales son iguales en los diferentes países de Europa, no todos tienen la misma rigidez, pero Geithner, de todos modos, señala un problema grave, dotado de un componente político extremadamente difícil. Hace un par de años me invitó a cenar, en compañía de algunos otros representantes diplomáticos, un ex ministro chino de Educación que asistía a una reunión de la Unesco. Se habló mucho de la crisis europea, mientras se devoraba camarones y otros alimentos que eran productos de la opulencia, y el ministro, al final, me dijo en buen inglés lo siguiente: “Cómo quieren que no haya crisis cuando trabajan siete horas al día y cinco días a la semana”. No era un poderoso empresario el que hablaba, era un alto funcionario comunista, pero uno sentía que la interpretación de la doctrina clásica que hacía el comunismo chino era bien diferente de la que hacían los socialdemócratas europeos de esos días. Sea como sea, la flexibilidad norteamericana en cuestiones laborales permitió ajustar, distribuir el empleo de maneras más racionales, crear puestos de trabajo. La salida europea de la crisis, en cambio, se ve mucho más complicada y amenazada.
Geithner dijo después que el camino más seguro para superar la desigualdad en las sociedades era el de dar una educación de calidad a las personas y dar así “una oportunidad para que todos prosperen”. A mí me sorprende la obsesión por la igualdad, o en contra de la desigualdad, que se nota en la política de estos días. Se puede hablar de movilidad social y de acercarse lo más posible a la igualdad de oportunidades, pero la igualdad extrema, por sí misma, y aunque a nadie le guste decirlo, sólo se encuentra en los hormigueros. Los socialismos reales del siglo XX, los que aspiraron a la mayor pureza doctrinaria, produjeron algo que se podría definir como pobreza igualitaria y fueron gobernados por castas extraordinariamente privilegiadas y que tendieron a convertirse pronto en dinastías. Fueron, y en algunos lados siguen siendo, sociedades de la mentira, de la propaganda tramposa, del lenguaje doble, de la fiebre autoritaria. A propósito de esos estados, Octavio Paz escribía sobre “el Ogro Filantrópico”. Hemos celebrado a comienzos de este año el centenario del poeta, pero no estoy seguro de que lo hayamos comprendido en su visión libre del mundo contemporáneo, en su imaginación crítica.
Por mi parte, leo lo que afirma Timothy Geithner sobre educación y desigualdad, me acuerdo de Octavio Paz, recuerdo algunos de los textos de George Orwell, y pienso en nuestros arraigados conceptos del lucro y su perversidad, del copago, de todas esas cosas. Pues bien, se trata de ofrecer una educación de calidad, que mejore las posibilidades de cada persona. ¿No existen lucros legítimos, copagos que sirvan para abrir puertas? Quizá adolezco de prejuicios irreversibles. Pero observo un aspecto enormemente interesante de toda esta cuestión: Geithner hace gala de un optimismo fundamental sobre el futuro de su país. Yo tengo un optimismo relativo, desde siempre, pero me gustaría mucho ser igual de optimista sobre el país mío. Algunos días lo consigo, pero hay muchos otros en los que predominan los nubarrones, las afirmaciones confusas, los lugares comunes. Y como ya cité a Octavio Paz, cito a otro poeta, y esta vez de la poesía nuestra: Vicente Huidobro, que recomendaba huir de los “esclavos de la consigna”.