Don Ricardo: L’État c’est moi
Por Camilo Feres
“Lagos luce criticando el presente pero con un pie y ambos ojos puestos en el pasado”.
Por Camilo Feres
En su comentado discurso ante la crema y nata del empresariado local, Ricardo Lagos usó una línea de tiempo cuyo eje se ubicaba en el año 2006. Y aunque es presumible que para don Ricardo todo aquello que suceda después de su sexenio carezca de altura, profundidad y prestancia, resulta difícil pensar que un político de fuste meta a Bachelet y Piñera en un mismo saco sólo por lisa y llana vanidad.
Y como don Ricardo no sólo es un político de fuste sino que es también el arquetipo de la figura del “estadista” —ese preciado título que cada tanto otorga la derecha a algunos políticos de izquierda— hemos de suponer que la comparación no fue en vano. Que el ex Mandatario considera que algo más que su propio período concluyó en 2006 y que, desde entonces, en La Moneda se han colado algunas almas que no son dignas de habitarla.
Tal como sucedió tras la derrota de Frei en 2009, donde Lagos subió al escenario de un comando sumido en la perplejidad y la tristeza, aprovechando el vacío de poder producido en ese instante, su irrupción actual se produce justo cuando el desgaste del “frenesí” reformista del Gobierno y las luchas intestinas entre sus partidos y facciones han abierto un nuevo espacio de revisión.
En este margen, Lagos dibuja una distinción e intenta poner a los suyos (los buenos) dentro de un espacio lleno de decisión, coraje, visión y orden, mientras que, por contraste, lleva al resto a la sucia esquina del populismo, el temor, la improvisación y la indecisión. La parte que Lagos ilumina de las diferencias con sus sucesores es la que le granjeó el aplauso cerrado de su audiencia: la falta en ellos (y abundancia en él) de esa aura de infalibilidad papal que lo lleva a fundirse con su cargo y con su historia y lo eleva así del mundo cotidiano y común de los mortales. Y como resulta evidente, el potencial disruptivo de esa comparación no está en su efecto sobre Piñera, sino en cómo golpea a Bachelet.
Lagos expone su diagnóstico dejando sin visibilidad un hecho capital de las diferencias entre ellos, uno que probablemente le despierte malestar, cuando no simple envidia y que explica por qué Lagos luce criticando el presente pero con un pie y ambos ojos puestos en el pasado.
Y es que puesta en la misma disyuntiva que él, Bachelet tomó un camino distinto, convirtiendo la crítica en acción y asumiendo los riesgos de competir. Todo apunta, además, que ese camino será seguido también por el otro aludido: Sebastián Piñera.
Y aunque esa opción se le ofreció a don Ricardo, a él le gustaba tanto cómo se veía en el pasado que prefirió guardar esa imagen para la historia abdicando de la posibilidad (y el riesgo) de ser algo más que un comentarista ácido y autorreferente del presente.