Ideas o bombas
“La bomba del otro día era bastante más que un guatapique: era un producto estúpido, criminal”.
Llego a Chile y me encuentro con que el desdén por la política, el desprestigio de los partidos, las tendencias nihilistas, anarquistoides, contrarias a lo que se llama, con términos intencionados y tremebundos, “el sistema”, han aumentado y se han diseminado. Asisto a un acto sobre el poema Kaddish, obra del poeta “beatnik” de California, Allen Ginsberg, y pienso que llegarán veinte o treinta personas, pero veo con algo de sorpresa que la sala se llena de jóvenes vestidos y peinados a la manera del poeta californiano y que siguen la lectura con un fervor casi religioso, como si no se tratara de textos poéticos sino de salmos, de invocaciones, de llamados sobrenaturales.
Después sigo con atención los homenajes heterogéneos a Nicanor Parra en su centenario, bulliciosos, populistas, oficiales, extraoficiales, marginales, y observo que la nota antisistema, anarquizante, se desliza por algún lado. El viejo lirida antilírico se ha complacido en darle palos a los oficialismos de cualquier especie, y el mundo oficial los retribuye con largueza: palos por homenajes.
Pocos días después colocan una bomba en una estación de metro. El poeta y antipoeta es una de las personas más pacíficas y amables que he conocido: es un anfitrión fino, un conversador ocurrente, chispeante, un lector y crítico extraordinario, un creador literario único en su especie. ¿Sería posible que un intérprete suyo equivocado, descarriado, ponga guatapiques en alguna parte? El poeta escribió artefactos durante un buen período. Después, cansado de escribir tanto artefacto, se puso a escribir guatapiques. Pero la bomba del otro día era bastante más que un guatapique: era un producto espurio, estúpido, criminal, de mentes ineducadas, primarias.
Estuve hace poco en México en un gran homenaje al poeta y ensayista Octavio Paz en su centenario. Hubo una concurrencia de escritores nacionales e internacionales, de profesores, de poetas de diversas lenguas, de amigos. Los actos principales se realizaron en centros extraordinarios, inspiradores, de la cultura mexicana: la Biblioteca Nacional, el Consejo Nacional de Cultura, el palacio de Bellas Artes. El encuentro, en sí mismo, era un desafío intelectual, y confieso que leí a Octavio Paz como nunca antes lo había leído, escribí sobre él, participé en discusiones y retratos suyos públicos. Al final de todo, creo honestamente que conocía mejor a Octavio Paz y tenía ideas más claras, más coherentes, más inspiradoras sobre su obra.
Nicanor Parra es un hombre del universo intelectual, de las lecturas e inquietudes, de los dilemas estéticos y poéticos de Octavio Paz. Lo es a su manera, naturalmente, con gracia criolla, oportuna, a veces picaresca, pero reducir su obra al guitarreo, al huachaqueo, me parece demasiado fácil y hasta empobrecedor. En sus respectivos centenarios, el de Paz fallecido y el de Nicanor felizmente vivo y entero, aprendí mucho sobre Paz y no conocí nada verdaderamente nuevo sobre el poeta nuestro. En una toma de la televisión, había gente cantando y bailando cueca frente a su casa de Las Cruces y en seguida, a través de una ventana, se veía la cara del poeta pensativo, con la cabeza inclinada, con aspecto, me atrevo a decirlo, de estar agobiado con tanto guitarreo. A Vicente Huidobro le gustaba hablar de los poetas de pecho caliente, a propósito de Neruda, de Pablo de Rohka, de todos sus seguidores, y habría que recordar que Parra fue y todavía es el reverso de un miembro de aquella tribu. Pero después encontré en mi pantalla de la televisión a un joven que tocaba el piano en una tarima pública, vestido de soldado de opereta vienesa, mientras las más altas autoridades de nuestra república, sentadas en la calle, escuchaban con reverencia. ¿Qué es esto, pensé, qué versión kitsch de la cultura chilena estamos tratando de transmitir?
Me acuerdo de poemas de Parra y de antipoemas, de canciones provincianas anteriores a la antipoesía y cuyo encanto, a pesar de todo, no se ha extinguido, y de producciones notables de sus etapas recientes. Si pudiéramos leerlos y revisarlos con serenidad, no tendríamos tiempo ni ganas de lanzar guatapiques o bombas de confección casera, pero estamos construyendo una forma de anticultura sin darnos cuenta. Mucha gente dice que habría que reformar la política, mejorar el sistema de partidos, pensar en la educación con espíritu razonable, en lugar de andar obsesionados con cambios fundacionales. Por mi parte, me planteo puntos de partida todavía más simples, más modestos. ¿Cuál es el socialismo que nos proponen ahora, el de Marx, el de Stalin, el de Fidel Castro, o el de Felipe González y Manuel Valls? Y los señores que les mandan sentidas notas de pésame a los colegas de los sátrapas de Corea del Norte, ¿qué piensan de las libertades democrática, de las elecciones libres, de todas esas cosas, o piensan que son puras patrañas, libertades burguesas? ¿Y en qué consisten las alternativas de centroderecha, qué proponen, cómo garantizan los derechos de los ciudadanos comunes y corrientes? Sobra el ruido y faltan las definiciones fundamentales. La reforma tributaria es más o menos fácil de entender y quizá de aplicar, pero no sabemos si establecer una reforma de esa cuantía, de esos alcances, en momentos de evidente baja de la economía en Chile y en el mundo, puede o no afectar nuestro desarrollo. En cuanto a la reforma de la educación, la estudio, la observo por todos lados, escucho el clamor de la calle, pero todavía no entiendo fondos. Me parece evidente que si tenemos ideas claras, si pensamos bien, tendremos menos bombas y menos guatapiques.