La cuarta reforma
Por Camilo Feres
“Los actores principales del mundo laboral desconfían de la veracidad de estos anuncios”.
Por Camilo Feres
Cuenta la leyenda que en las tablas de la Ley del programa de gobierno de Michelle Bachelet no había espacio para una reforma profunda en material laboral. Que sus redactores consideraban que las iniciativas tributaria, constitucional y educacional eran lo suficientemente profundas y complejas como para incorporar una cuarta reforma en un área tan sensible como lo es el mundo del trabajo.
No obstante, el programa y los anuncios del gobierno apuntan hoy en otra dirección y si le tomamos la palabra a la Ministra del ramo, antes de fin de año debería haber ingresado al Parlamento la cuarta reforma estructural del Gobierno, abriendo un debate refundacional sobre los derechos laborales colectivos.
Es un secreto a voces que los actores principales del mundo laboral desconfían de la veracidad de estos anuncios y que han comenzado a ver, en cada titular sobre la desaceleración y sus consecuencias, el fantasma del “compañero no es el momento, la economía no resistirá más incertidumbre” que es una versión más amable y teatral del rotundo “no” que los distintos Ministros de Hacienda le han dedicado en el pasado.
Pero la tensión que comienza a vivirse en torno a la “cuarta reforma” va mucho más allá de sus efectos económico-productivos. En la larga lista de “pendientes” de la Concertación, las reformas al código del trabajo -en particular en lo que se refiere a derechos colectivos- ocupan un lugar preferente y Bachelet no es la excepción en la regla: baste recordar la pugna Andrade/Velasco que marcó buena parte de su anterior Gobierno.
Además, aunque no cuenta con el glamour “ciudadano” de otras causas -como las ambientales y las educacionales o la Asamblea Constituyente- la agenda laboral es estructural e histórica en los partidos de izquierda y al menos tres de los partidos de la nueva mayoría (la DC, el PS y el PC) mantienen una presencia importante en la estructura sindical nacional.
Dicho de otra manera, Camilo Escalona puede decir que los que piden asamblea constituyente están “volados” y aun así aspirar a presidir el PS; Guillermo Tellier puede mirar al techo mientras en alguna concina se aliña la reforma tributaria sin por ello ser pasado a control de cuadros y Gutenberg Martínez puede polemizar a discreción con su gobierno y su coalición sin por ello ser excomulgado, pero ninguno de ellos puede oponerse abiertamente a una reforma laboral apoyada por la CUT con tanta soltura.
Lo anterior lo saben quiénes redactaron, casi al pie de la imprenta, las líneas laborales del programa de Bachelet. También lo sabe Alberto Arenas, quién dice que sí en público para operar en contrario en privado y por cierto lo deberían saber los empresarios que aspiran a oponerse a este esfuerzo regulatorio. Para la reforma laboral lo difícil es nacer, lo demás, es un juego mucho menos complejo.