La derecha en su laberinto
Por Camilo Feres
“Cuidar las figuras existentes y proyectar algunas emergentes es el desafío más urgente del sector”.
Por Camilo Feres
La derecha pareciera estar viviendo la peor de sus pesadillas. A la pérdida del gobierno, el retroceso de su peso en el Parlamento y el inclemente asedio al modelo que con tanto esmero defendió durante los últimos 30 años, se suman los cuestionamientos por las vías con las que algunos de sus próceres han obtenido financiamiento para sus campañas.
Visto desde los afectados, el denominado “pentagate” bien podría ser una genialidad estratégica de alguna iluminada mente política, ya que el caso hace tambalear el segundo factor nivelador de la representación del sector: el acceso a recursos. Pero el tema es también incómodo porque complica la distancia moral que se debe tener para utilizar políticamente uno de los argumentos preferidos del repertorio opositor: la probidad.
La derecha enfrenta su propio cambio de ciclo. El modelo de los noventa, de una coalición desideologizada en las formas, cuyo motor principal estaba en la competencia entre sus partidos por copar los espacios de representación, comenzó a agotarse al acceder al gobierno en 2010 y los fenómenos actuales no hacen sino agudizar la tendencia.
La señal es clara: la recomposición del sector requerirá de una profunda limpieza interna; la construcción de una alternativa presidencial competitiva y la consolidación de un proyecto político pensado en los próximos 30 años y no en los últimos 30.
La presumible modificación del sistema electoral, así como la emergencia de nuevos movimientos al interior de sus fronteras le imponen a la Alianza el desafío de una verdadera coordinación política y electoral, modelo más complejo de administrar que la simple competencia binaria y fratricida que la caracteriza hasta hoy.
Esta mayor complejidad requerirá de algunos ensayos y errores. Mal que mal, ni las figuras ni las lógicas que comandaron a la derecha en su época dorada se han retirado del todo. Pero la incertidumbre electoral parlamentaria de esta nueva realidad hace que, en materia de liderazgos presidenciales, la tolerancia al fracaso sea menor.
El equilibrio entre cuidar las figuras existentes y proyectar las emergentes es su desafío más complejo y urgente.
Un ejemplo es la situación de Sebastian Piñera que, dependiendo de cómo se procese su figura entre los suyos, podría enfrentar un escenario similar al de Lagos tras dejar la presidencia, en que el fuego amigo terminó de demoler sus opciones a la repostulación, o bien al de Bachelet en el mismo trance, cuyos partidos, tras sacudirse de la derrota, mantuvieron e incluso incrementaron la coalición que la cobijó. Es obvio cuál preferirá Piñera. Lo que no es claro es qué opción tomará su coalición.