Ricardo Izurieta Caffarena
Por John Biehl del Río
“Era una decisión histórica para recobrar la neutralidad política”
Por John Biehl del Río
No elegimos los tiempos que vivimos. No el día que llegamos, tampoco el que partimos. Por misteriosas razones hay quienes nos impresionan, aun cuando les conozcamos en tiempos rápidos.
Este es el caso, para mí, de Ricardo Izurieta Caffarena. Trabajamos juntos en momentos especialmente difíciles para el país. En los hitos del camino para retornar a la democracia, cuando gobernaba el Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle, aún era comandante en jefe del Ejército Augusto Pinochet. El país buscaba, tensamente, una reconciliación democrática que debería superar los rencores y dolores dejados por la lucha fratricida. En esas circunstancias conocí a Ricardo. Trabajamos juntos en la Embajada de Chile en Washington y desde el Ministerio de la Presidencia. Habíamos vivido años de desconfianzas, incertidumbres y temores.
Cuando Edmundo Pérez Yoma, primero, y el Presidente Eduardo Frei, luego, me preguntaron por Ricardo Izurieta, pues estaban en búsqueda de quién sería el comandante en jefe del Ejército luego de casi un cuarto de siglo con Pinochet, el Presidente señaló que en esta decisión no podía existir error, pues era una de las decisiones que habrían de ser históricas para recobrar la neutralidad política de nuestras Fuerzas Armadas.
Hablamos de un hombre íntegro, leal a su Ejército al servicio de la patria. Llevaba con orgullo una tradición familiar de soldado. Su vida profesional la dedicó a esos fines. Era un amigo leal y sin jamás decirlo veíamos la coyuntura que se acercaba en que el reemplazo de la cabeza del Ejército demandaba lealtad al Ejército y a la democracia por sobre todas las cosas. Demandaba un reencuentro con la ciudadanía, de confianza hasta la hermandad.
Hubo otros candidatos, con méritos, pero que no daban garantías de hacer converger estos tres retos. En algunos era claro que podían usar el poder del Ejército para promover sus propias ambiciones políticas y hacerse querer con declaraciones oportunistas. Otros parecían capaces de reafirmar un continuismo. Todo aquello nació muerto en sus intentos con el mandato del general Izurieta.
Ricardo ganó la más hermosa de sus batallas. Dialogó con el poder político sin jamás faltar a su palabra. Enfrentó las presiones internas del Ejército y de las Fuerzas Armadas sin nunca humillar. Habló incluso con las esposas de los generales que querían juntas acudir a Londres, donde Pinochet estaba recluido, y sin herir a ninguna de ellas, logró cambiar rumbos. La lista de aciertos no termina.
Los historiadores habrán de escribir un día sobre la decisión serena del Presidente Frei Ruiz-Tagle, cuando ante un reto decisivo para abrir paso a la democracia, nombró a Ricardo Izurieta. Cabalgó con orgullo a concluir la victoria que se le encomendó. Será reconocido como uno de los pasos largos para consolidar la democracia.