Segunda mirada
A comienzos de esta semana, el Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh) denunció que varios colegios incluían dentro de sus planes de lectura obligatorios el libro “Juventud en éxtasis II”, pese a que éste contenía supuestos comentarios ofensivos hacia la homosexualidad, comparándola con la pederastia. La polémica cundió rápidamente en distintos medios y el […]
A comienzos de esta semana, el Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh) denunció que varios colegios incluían dentro de sus planes de lectura obligatorios el libro “Juventud en éxtasis II”, pese a que éste contenía supuestos comentarios ofensivos hacia la homosexualidad, comparándola con la pederastia.
La polémica cundió rápidamente en distintos medios y el propio Ministerio de Educación se apresuró a declarar que el libro en cuestión no formaba parte de su lista de recomendaciones, así como que a partir de ahora crearía un instructivo para que los colegios recomendaran a sus alumnos textos que respetasen la normativa de no discriminación de nuestro país.
Al margen de la discutible calidad literaria del polémico texto, censurar obras por presentar posturas discutibles —cuando no derechamente reprobables— no parece ser la mejor opción para que el respeto a la diversidad sea a través del entendimiento y no de la imposición.
Son los propios profesores los encargados de explicar a los estudiantes por qué determinados contenidos o posiciones están equivocadas, a través de argumentos que permitan abrir espacios de debate, uno de los ejes clave en el desarrollo intelectual de los jóvenes.
Crear listas negras o censurar textos por contenidos polémicos son medidas que no pertenecen a este tiempo y que coartan tanto la libertad de aprendizaje de los estudiantes como la de enseñanza de los establecimientos.