Lo que afecta a la ciudadanía afecta a la economía…y viceversa
Por Alfredo Swett
“La ciudadanía quiere cambios… pero solo buenos cambios que mejoren su vida diaria”.
Por Alfonso Swett
La semana pasada conocimos el índice de percepción de la economía de agosto. El nivel de confianza de los consumidores cae profundamente a una percepción negativa (43,1). Incluso el subíndice que mide la situación económica personal de nuestros ciudadanos baja (abruptamente) a niveles de pesimismo de 35,7 puntos.
¿Que nos está pasando? Más de alguno me respondería que la incertidumbre ya no sólo afecta a los empresarios, sino que ahora se apoderó de los consumidores. ¡A mí no me satisface esa respuesta!
Hoy más que nunca hay que responder a esa pregunta. Para responderla hay que analizar (con seriedad) la relación entre ECONOMIA, CIUDADANÍA y POLÍTICA PÚBLICA.
En el periodo 2010-2013, Chile creció a un 5,3% versus un mundo que crecía sólo un 3,9% y una Latinoamérica que crecía un 4,3% (¡sobresaliente a nivel mundial y regional!).
Este éxito económico le permitió al país generar 1.017.000 nuevos empleos. Sin embargo, la ciudadanía mayoritariamente se empezó a preguntar si este éxito económico les llegaba en la MISMA PROPORCIÓN a todos. ¡Ahí aparece el coeficiente GINI de 0,52! GINI que nos muestra que estamos entre los países con mayores niveles de desigualdad de la OCDE.
A lo anterior se sumaron en dicho período escándalos de abusos de algunos empresarios en dos áreas tremendamente sensibles para la ciudadanía: el consumo (caso La Polar) y la educación (caso Universidad del Mar). Estos casos de abusos hicieron que la ciudadanía viera cómo algunos codiciosos se robaban parte del éxito económico a costa de ella. La Presidenta Michelle Bachelet (candidata en ese entonces), leyó muy bien la necesidad real de la ciudadanía por menor desigualdad y no más abusos. En definitiva, el crecimiento económico no lo era TODO para la ciudadanía.
La Presidenta está cumpliendo con sus compromisos a una gran velocidad. En seis meses de gobierno, ya logró la aprobación de la reforma tributaria; avanza aceleradamente en la reforma educacional; y ya anunció una reforma laboral (o de fortalecimiento sindical).
Sin embargo, ahí aparece la ciudadanía con un nivel de pesimismo no visto hace muchos años; y los empresarios con un nivel de malas expectativas, de las cuales yo no tengo recuerdo.
Esto se debe a que la economía se ha deteriorado a pasos muy preocupantes. El último Imacec es el peor desde marzo del 2010. La demanda interna refleja caídas por tres trimestres consecutivos (serie desestacionalizada trimestral). La inversión se ha desplomado. Este mes, el Banco Central entregó la peor proyección de crecimiento para un año siguiente (desde que se publica el IPoM). En definitiva lo que afecta a la economía afecta seriamente a la ciudadanía y al bien común.
¿Qué hacemos?
Primero, entendamos que los reduccionismos simplistas no funcionan. El crecimiento económico no soluciona todo, ni el combate casi exclusivo contra la desigualdad (como foco principal de las políticas públicas) tampoco es la solución. Segundo, entendamos que la ideología es peligrosa. La ideología atrinchera, fanatiza, se pierde el respeto por el otro, incluso por la vida. La ideología fanática le ha hecho mucho daño al mundo y a Chile; y no es cosa sólo del pasado (basta ver Medio Oriente). Hoy nuestra discusión no puede ser ideológica, sino valórica (Claudio Orrego estaba acertado en este punto en su campaña).
Tenemos que poner el foco en valores básicos para salir de esta carrera a alta velocidad al acantilado.
En primer lugar, debemos focalizarnos en el valor de la LIBERTAD (intrínseco al ser humano). Libertad de poder elegir un empleo versus de rogar por uno, la libertad de poder elegir un colegio de calidad, la libertad de elegir un buen servicio, etc.
En segundo lugar, recuperar el valor de RAZONAR (intrínseco al ser humano). Démonos tiempo para razonar profundamente los cambios que el país y el bien común requieren (por hacer una reforma tributaria rápido se hizo una mala reforma como proceso y resultado). ¡Más tiempo para pensar y menos estridencia para apurar y celebrar!
En tercer lugar, recuperemos los valores del DIÁLOGO y del ACUERDO (intrínsecos a la sociedad civilizada). El despotismo ilustrado y el totalitarismo han hecho mucho daño en la historia de la sociedad. Los buenos cambios son sólo permanentes en el tiempo si se hacen entre todos, a través de diálogos y acuerdos institucionalizados; donde nadie queda excluido por razonar distinto.