Sobriedad y consumo
Por Fernando Balcells
“Hay que tener los pies grandes para pontificar sobre los beneficios de la pobreza de los otros”
Por Fernando Balcells
Cada cierto tiempo aparecen en la prensa distintas apelaciones a la sobriedad de los consumidores. La austeridad en el consumo se presenta como el valor de una vida espiritualmente superior. En otras versiones, se descalifican juntos los excesos del consumismo y la llamada sociedad de consumo.
Se trata de llamados marginales que no compiten con el espacio ocupado por las invitaciones a consumir todo tipo de productos ni tampoco hacen mella a los volúmenes de lo que se compra ni a la composición de la oferta o la demanda. Uno diría que son discursos intrascendentes que habría que ubicar en la vieja escisión entre lo que se dice y lo que se hace.
Pero, más allá de esa brecha clásica, hay una funcionalidad conservadora, de derechas e izquierdas unidas, en el desprecio al consumo. Ambas miradas consideran el consumo como un distractor de la gente pobre en su misión espiritual o histórica.
Los pobres consumidores están bombardeados por dos tipos de discurso económico. Por una parte se les dice ‘acepten su condición’, aprendan a ser felices con poco y a esperar el paraíso (conservador o revolucionario). En el polo liberal y pragmático se los invita a endeudarse y a consumir lo que su crédito permita para mejorar su condición. Ambos llamados envuelven una moral económica distinta, coexistiendo en un mismo modelo de paradojas.
Lo que hacen los discursos ‘espirituales’ es dar forma a un equilibrio ‘cultural’ imaginario que refuerza el carácter accesorio de las relaciones de consumo y acentúa la indefensión de los consumidores en la estructura institucional que tenemos. La invocación de valores inocuos participa de la operación que desvaloriza los conflictos ciudadanos y los avances que puedan lograr los consumidores en su afán por tener mejores estándares de servicio y calidad de productos. Lo ‘mejor’ cae en la indiferencia ante el consumo que es común a los desprecios repartidos por el espíritu superior conservador o revolucionario -es igual-.
En ambos casos hay un elogio de la pobreza material. Lo que está muy bien desde el punto de vista del que escribe sobre su propia vida. Pero hay que tener los pies grandes para pontificar sobre los beneficios de la pobreza de los otros. Esto se parece al juicio moral de un consumidor satisfecho. Alguien que juzga a sus pares desde una medida común -de la que se excluye- que no distingue a los que consumen en exceso de los que se mantienen en la escasez. Para el que emite estos juicios, el abastecimiento de bienes de consumo no es un problema.