¿Y dónde está la eficiencia?
“El Estado no es una entidad abstracta carente de sesgos. Eso es política romántica”.
Por Eugenio Guzmán
Existen pocas dudas de que la Reforma Tributaria no seguirá los trámites normales para su final promulgación y, ciertamente, todos los actores que han intervenido empujarán en la dirección de celebrar el acuerdo. Esto dará por cerrado el tema, el Gobierno lo traducirá en triunfo y se archivará hasta el próximo round político.
Ahora bien, un hecho en el que poco se repara, a propósito de este tema, es sobre la eficiencia del Estado y, en particular, de los nuevos recursos con que contará el país. En buenas cuentas, el péndulo hoy se ha movido hacia la izquierda, reviviendo tradicionales visiones que ponen el énfasis en el carácter protector y equitativo del Estado. Y para fortalecer la metáfora del Estado protector, se ha recurrido a una suerte de crítica satanizadora del mercado, construyendo una imagen desvirtuada del mismo.
Se argumenta que los recursos de la reforma tendrían un uso que la justificaría a priori. No obstante, aquí no debemos engañarnos, no existe ninguna razón suficiente ni necesaria a priori para suponer que los recursos sean mejor usados. Es muy simple: el Estado no es una entidad abstracta carente de sesgos. Eso es política romántica. Si bien la legislación, podríamos decir que se ordena al bien común, no toda ella lo hace ni tampoco los que la aplican. De hecho, puede existir, y existen, leyes que claramente no cumplen ese propósito, no porque protejan un interés específico, sino porque pueden ser ineficientes, por ejemplo, cuando se afecta, e incluso hipoteca, el bienestar de las generaciones por venir.
La fuerza de este movimiento pendular hacia la izquierda ha hecho prácticamente invisible el debate respecto de la eficiencia del Estado. Por ejemplo, más que analizar la eficiencia del sistema público de salud, la discusión se ha centrado en las isapres, en la idea de traspasar el 7% de las cotizaciones privadas a un fondo único, como si esta nueva forma de impuesto sería la solución del problema.
Otro ejemplo que se ha ido desdibujando de la memoria de los chilenos es el Transantiago: Este tuvo como justificación que el servicio existente (micros amarillas) era de mala calidad y generaba rentas sobre lo normal. El resultado es que hoy el país gasta unos US$ 1.500 millones adicionales, sin considerar que el servicio cuenta con ciertas exenciones de las que no gozan los usuarios de vehículos particulares (la bencina tiene un mayor gravamen que el diésel).
No deja de ser sorprendente la falta de información sobre la estructura de costos y eficiencia de la empresa más grande del Estado (Codelco), y que se use como argumento el que es una empresa que genera ingresos al fisco, en circunstancias de que el tema no es ése, sino que si podría generar aún más ingresos. A lo que se añade el “opiáceo” argumento de que ésta es la empresa de todos los chilenos.
Este cambio pendular no es menor, puesto que impide un escrutinio al Estado y sus órganos. Un Estado no es más eficiente porque cuente con mas recursos, es un mito suponerlo. Una cuestión fundamental del desarrollo es contar con un Estado en forma, y ello supone el escrutinio de lo que en él se ejecuta.