El subsidio de la derecha
Por Camilo Feres
“La derecha parece más dedicada a vencer resquemores que a construir proyectos creíbles de poder”.
Por Camilo Feres
Tras un breve paso por La Moneda, la derecha chilena perdió el gobierno y el poder. Piñera fue a su sector lo que la primera Bachelet fue a la Concertación. Más allá de la popularidad incombustible con la que Bachelet abandonó palacio en 2010, la coalición con la que llegó al gobierno en aquella oportunidad no resistió en pie la crítica que la propia Mandataria tenía para con sus dirigentes, sus formas y su diagnóstico social y político.
La historia es conocida. Bachelet volvió a postular con una coalición más parecida a su forma de ver la política. Ganó y hoy sostiene sola —porque no tiene un equipo político suficiente— su segundo intento por desterrar de su propio sector los remanentes de la transición.
Para la derecha, el guión es todavía incierto. Aturdida aún por la derrota, amenazada por una inclemente opinión pública y el asedio sobre buena parte de su andamiaje de poder, el sector se debate a diario entre la queja por la irrelevancia, salvar estanterías y la ausencia de una promesa creíble que sostenga su presencia política o siquiera sus mecanismos de financiación. Sus think thanks sumados no son ni una sombra de lo que eran; sus universidades debaten más sobre su estructura de propiedad y financiamiento que sobre el país que ayudaron a construir, y su brazo económico se ve más ocupado de la fiscalización y la necesidad de contratar lobistas cercanos al Gobierno para contrarrestar los efectos de las “reformitas”.
Sus partidos parecen más dedicados a vencer resquemores internos que a construir un proyecto creíble de poder. Y aunque existen contadas excepciones (como los esfuerzos por levantar oposiciones sociales de diversa geometría), la política parece ser algo más bien incómodo para los habitantes de la isla de la libertad.
El efecto colateral de tanta perplejidad no se limita al desgaste intestino que hoy padece la derecha. La ausencia de una oposición le aliviana también la tarea al oficialismo. La Nueva Mayoría, que enfrenta simultáneamente la crisis de su gabinete, su programa y su diagnóstico económico, ya cuenta en su seno con dos partidos que no se hablan. Se le suma una desplazada pero aún presente transversalidad que aprovecha los espacios abiertos en el aparato estatal y en las directivas de los partidos próximos a renovarse, para amenazar con un esplendoroso retorno.
Para el oficialismo, el futuro tampoco es promisorio. Pero cuenta con una probada cultura de administración de conflictos, una figura principal que conserva una envidiable credibilidad, una solvente línea de crédito en los movimientos sociales y sindicales organizados, y con el subsidio de una oposición que ha tardado en despertar.