Lecciones desde British Columbia
“Una asamblea de ciudadanos podría ser la primera sentencia para promulgar una nueva Constitución”.
Por Alfredo Joignant
¿Qué nos puede enseñar esta lejana provincia canadiense acerca del cambio constitucional en Chile? Sobre la Constitución, nada, pero sobre el método que podría conducir con legitimidad y orgullo a ella, mucho. En 2004, esta provincia de poco más de 4 millones de habitantes ensayó una bellísima fórmula participativa de reforma política referida al sistema electoral. Lejos de ser entregada a la racionalidad de juristas y politólogos, el Partido Liberal se había comprometido años antes a crear una asamblea de ciudadanos cuya misión sería proponer al pueblo de British Columbia una nueva forma de elegir a sus representantes. Es así como decenas de ciudadanos escogidos mediante una lotería cívica, con paridad de género, representación de pueblos originarios, apego a sus 79 distritos electorales y equidad entre grupos de edad, deliberaron durante meses. Fueron introducidos en la discusión por especialistas (un denominador común con las encuestas deliberativas de Fishkin), pero lo fascinante es el valor que se le dio a la deliberación de individuos que no se conocían, no sabían de sistemas electorales y se prestaron a un ejercicio desconocido para la política.
La propuesta de reforma concitó tan sólo el 58% de los votos de los electores en referéndum, una aprobación impresionante, pero insuficiente: un requisito estipulaba un quórum del 60% que no fue alcanzado, no obstante la pulcritud del dispositivo inventado. Si bien en esta asamblea no estuvo presente el principio de la elección, hubo algo clásicamente democrático: la selección aleatoria, un procedimiento ante el cual somos iguales, comunidad y destino. Se podrá objetar que la lotería no garantiza que se escoja a los mejores, suponiendo que estemos de acuerdo en lo que significa ser mejor, su importancia para enfrentar una decisión que nos atañe a todos y la justicia de lo que agentes exclusivos pueden concordar.
La construcción de una nueva Constitución chilena podría perfectamente transitar por este tipo de fábrica deliberativa, en la que hipotéticamente todos somos iguales, y en disposición psicológica y de buena fe para deliberar. En Chile, es mi propuesta, una asamblea de ciudadanos podría ser la primera de cuatro secuencias que anteceden la promulgación de una nueva Constitución. Tras la asamblea y su propuesta de texto constitucional, es el Congreso quien prosigue incorporando en el texto el referéndum para que los chilenos votemos. Tal vez así el hombre común deje de aceptar su destino, el utopista comparta su poder de invención y, parafraseando a Eloy Martínez, la historia (y la Constitución) deje de ser una puta.