Políticas de la letra H
Por Fernando Balcells
“La pregunta por el lugar desde donde se habla o sobre lo que el hablador representa es la única que se formula en nuestro debate político”.
Por Fernando Balcells
Es inevitable poner oreja a las discusiones privadas en lugares públicos: paraderos de micros, cafés, cubículos, patios universitarios o salas de espera. Lo que llama la atención es la elevación del tono y la malformación característica del lenguaje del coloquio chileno: “¿Y ese CS de donde salió”, “qué se cree ese H?”.
La pregunta por el lugar desde donde se habla o sobre lo que el hablador representa es la única que se formula en nuestro debate político. Es el tipo de pregunta que está respondida en sí misma y cuya función es clasificar al sujeto en su autoridad, en sus derechos y en la especie de H que le corresponde. No importa que sea amigo o adversario, H es el tronco común de las escasas distinciones de un habla afectada por la bipolaridad. El H es siempre un pobre H. Si es clasificado entre los amigos, no habrá mucho más que decir, y si es adversario, estará todo dicho. ¡Qué más se puede esperar de este H!
Clasificar y poner a cada uno en su lugar es lo que llena y agota nuestro quehacer político. ¿A quién representa este H? La palabra omnisignificante abre y cierra los debates con un gusto redondo en la boca y un vacío amargo en el paladar. Desde luego, H se dice desde la seguridad de un lugar propio y de la impunidad que concede la complicidad.
Necesitamos darle un rodeo a la H para hacer espacio a descripciones más detalladas y a narraciones más comprometidas con las diferencias, con la inventiva y el respeto. La calidad de la representación y el espacio para la creatividad son lo que finalmente está en juego y se revelan en la precariedad del lenguaje. La H puede ser muda o tácita, pero normalmente disminuye y agrede. La descalificación cae siempre de arriba hacia abajo. Cada vez que incurrimos en el juicio abreviado hacemos patentes las insuficiencias respiratorias de la H y del régimen de lenguaje. La palabra H no tiene la culpa. Es el resumidero de descalificaciones, apuros y de la voracidad de la contingencia, de la segregación e incompetencias de la política. En la H se hacen presentes todos los recortes y delegaciones de las líneas institucionales que excluyen la autorrepresentación de los peatones.
En torno a H quizá lleguemos a valorar el lenguaje, no por lo que representa, sino por lo que hace. Por aquello que da vida y no por lo que pincha, seca y clasifica. Entonces, después del insectario, empezaremos a cambiar nuestra política.