Quién pone la música
“La SCD se queda con un 24% de lo recaudado, por conceptos de administración y gastos”.
El 17 de junio el Senado aprobó en general el proyecto de ley que obliga a las emisoras radiales a programar, como mínimo, un 20% de música chilena. El debate fue reñido entre quienes vieron la iniciativa como un incentivo a las artes y quienes sostuvieron que la ley atenta contra la libertad editorial de las señales.
Esta semana se presentaron indicaciones para mejorar el proyecto. En la Comisión de Educación del Senado se propuso reemplazar el porcentaje obligatorio por programas de entrevistas o una señal online paralela con música chilena.
El principal detractor de la ley es la Asociación de Radiodifusores de Chile (Archi), la cual esta semana intentó llegar a un consenso, con la obligatoriedad de un 10% de música chilena, y comprometerse a entrevistas y difusión de eventos para suplir el porcentaje restante. La Sociedad Chilena de Derechos de Autor (SCD) se negó simbólicamente a la propuesta de la Archi. Manteniendo su petición de respetar el proyecto que contempla el 20% y no se han pronunciado respecto del tema de difusión.
Mensualmente, los artistas reciben un pago por derechos de autor por la programación de sus canciones. La SCD se queda con un 24% de lo recaudado, por conceptos de administración y gastos. La opinión de los músicos es dividida: muchos artistas populares se han mostrado abiertamente como promotores de la eventual ley, protagonizando campañas de difusión a favor de la iniciativa.
Los músicos de jazz , por su parte, se agruparon para crear una entidad paralela a la SCD, acusando la poca representatividad de dicha institución para con los músicos no populares, cuyo voto a la hora de elegir directiva vale menos que los de músicos de amplia difusión radial.
Si lo que realmente se quiere es fomentar la producción y potenciar a los artistas nacionales, podrían explorarse más alternativas y no sólo optar por imponer una suerte de cuota de identidad en las emisoras. La coyuntura podría servir incluso para aumentar el fomento de la creación musical, engrosar el Fondo de la Música, y establecer estatutos que regulen la difusión de las distintas variantes musicales, no sólo la popular. Si estamos hablando de un mundo creativo, resulta poco desafiante obligar a programar música chilena para promover a nuestros artistas. Por el contrario, mucho más bonito sería tener tanta producción musical chilena, y de calidad, que las emisoras estuvieran obligadas a transmitirla porque la audiencia así lo demanda.