Carisma presidencial
“La falta de formas de Matthei le resta poder a lo que quiso decir, pero niega el aspecto sacro de la institución presidencial”.
Las recientes críticas de Matthei a la Presidenta Bachelet trascienden con creces la naturaleza grosera, casi rota, de los dichos proferidos. Qué duda cabe: el interés de la controversia no reside en el contenido de lo que se dijo. Son las formas de la crítica las que provocan curiosidad, puesto que en ellas hay algo importante que se juega, y que tiene que ver con ese halo de majestuosidad (o “aura”, según Jaeger) que acompaña cada gesto y palabra del Presidente, quien quiera que sea Su Excelencia ocasional.
Para comprender esa majestuosidad presidencial, a menudo se emplea la palabra “carisma”, en este caso más institucional que personal. Este carisma lo experimentamos todos en el modo de la evidencia cuando el funcionamiento de la institución presidencial no encuentra obstáculos y se expresa mediante ritos, ceremonias y pompas. Pero este mismo carisma institucional se torna problemático cuando enfrenta episodios de impugnación y transgresión —por ejemplo, cuando las encuestas de opinión registran percepciones y actitudes negativas hacia la institución presidencial (lo que no debe confundirse con la popularidad de los presidentes)—, y, sobre todo, cuando su titular o aspirante es objeto de agresiones: desde agresiones verbales al Presidente Piñera con ocasión del funeral de un sacerdote hasta escupitajos a la aspirante presidencial y ex Jefa de Estado Michelle Bachelet durante la última campaña electoral, pasando por interrupciones de discursos presidenciales, lanzamiento de objetos (huevos generalmente), trifulcas, performances nudistas, violencia en contextos normalmente solemnes o impugnaciones verbales subidas de tono a través de entrevistas.
¿Cómo explicarlo? Antes que nada, tomando en serio las reacciones escandalizadas de varios políticos (incluso opositores), quienes reiteran —sin saber muy bien por qué— la importancia de separar la crítica política de la crítica personal a un Presidente, lo que exige formas y una relación contenida con el habla que transporta la crítica. Sin embargo, hay algo importante y profundo en el poder performativo de las palabras en política: en este caso, la falta de formas en las palabras de Matthei le resta poder a lo que se quiso decir, pero al mismo tiempo implica una negación del aspecto sacro de la institución presidencial. Para entenderlo, es importante tomar nota de la naturaleza cada vez más condicional de los mandatos originados en el sufragio universal: la legitimidad de todo representante está lejos de ajustarse a la lógica poderosa del sufragio universal en donde la voluntad del pueblo era hasta hace poco casi irrefragable. En tiempos de condicionamientos de la legitimidad mediante movimientos sociales, encuestas de opinión y desacralización de la excelencia del Presidente a través del poder de las palabras, es un mundo potencialmente inestable en el que debemos vivir.