Depreciación del gabinete
“Nada peor para un ministro cuestionado que salir a pedir por los medios que no lo cambien”.
Llevan recién 8 meses en sus cargos, pero ante la mala evaluación ciudadana del Gobierno el ruido de un cambio de gabinete es inminente. No obstante, detrás de este desgaste acelerado de los ministros hay realidades muy distintas que vale la pena diferenciar.
La Presidenta Bachelet sabe que necesita un cambio en su equipo, que muchos no han dado el ancho para las labores encomendadas. Pero también sabe, por experiencia de su primer mandato, que sólo el primer gabinete es algo que pudo hacer sin mayor consulta a los partidos, y que hoy todos en el oficialismo apuestan a ganar espacio en el nuevo gabinete. La primera señal de pérdida de poder es algo que frena lo que pareciera una decisión tomada.
Si Ud. quiere saber qué ministros están más nerviosos, lea las entrevistas de las últimas semanas y busque frases como “la Presidenta me confió una tarea de largo plazo”, “me veo acompañándola hasta el final de su mandato”, “mi estilo no ha sido bien entendido”. Nada peor para un ministro cuestionado que salir a pedir por los medios que no lo cambien.
Mientras la Mandataria repite en cada ocasión que el problema es de comunicación y que falta explicar más y mejor, los presidentes de sus partidos de gobierno apuntan a la descoordinación política y la falta de conducción. Esta diferencia de diagnóstico apunta también a una diferencia en los nombres en que cada uno piensa para que abandonen el gabinete. Es un gallito de poder encubierto que se manifiesta en estas dos tesis. Una que dice de que, si no cambia a parte de su equipo político más cercano, no habría un cambio real en el Gobierno, y esto se traduciría en sólo dos nombres: el ministro del Interior, Rodrigo Peñailillo, o el ministro de Hacienda, Alberto Arenas. La otra habla de sacar a los ministros sectoriales que no han logrado tomar real control de sus carteras, o no han entendido que si nadie los conoce es imposible que el Gobierno se vea preocupado y conectado con la ciudadanía en sus respetivas áreas de gestión.
El costo de mantener ministros desgastados y que han perdido credibilidad ante los actores políticos y la ciudadanía es evidente, sobre todo cuando la Presidenta ha debido salir a defender por sí misma sus reformas, y ha pagado las consecuencias de entrar en la arena política más dura con una baja en la aprobación ciudadana de su gestión. Seguir postergando el cambio de gabinete sólo debilita al Gobierno, y al insistir en esto la Presidenta va a terminar cediendo ante la presión de quienes, dentro del propio oficialismo, ven con preocupación cómo los costos de un gobierno mal evaluado amenazan su propia proyección política.