Malas palabras
“La confrontación verbal sólo contribuye a aumentar la crispación existente”.
Las declaraciones de la ex candidata presidencial Evelyn Matthei han desatado una serie de opiniones, más por su tono que por su contenido. Lo que llamó la atención fue que interpretó el momento político que vive Chile, inculpando a la Presidenta Bachelet en términos no habituales para referirse a la primera magistratura del país. El tono de la discusión se ha agudizado, y se comienza a evidenciar una degradación en el debate político. Esto no contribuye al mejor ánimo que la comunidad requiere en su desenvolvimiento social, ad portas de grandes cambios, pues es un comportamiento que comienza a hacerse habitual. Cabe recordar al respecto los insultos personales y a su familia proferidos por un asesor ministerial a un parlamentario de la UDI, que no han merecido un oportuno rechazo de sus superiores.
Tampoco contribuye a este clima social la andanada con que fueron respondidos los dichos de Matthei por el oficialismo, en que Osvaldo Andrade se refirió de forma irónica a la falta de cordura de la ex candidata. La Presidenta sabe que esta segunda administración tendrá costos no previstos en el tratamiento que debiera mostrar el entendimiento cívico. La confrontación verbal sólo contribuye a aumentar la crispación existente, lo que requiere morigerar las susceptibilidades y las ofensas que proceden de los distintos ángulos del poliedro social.
Es evidente que la Jefa de Estado no ha caído en la tentación de responder con el mismo encono y ello puede ser un elemento importante para detener la degradación del debate público que se ha ido instalando en nuestro país. Ejemplo de esto fueron las declaraciones del Contralor de la República, que calificó de estúpidas las reformas que impulsa el Gobierno, así como los dichos del embajador de Chile en Uruguay, que acusó a un sector de la derecha de los últimos atentados terroristas en nuestro país. Ejemplo de lo mismo fueron también las posteriores disculpas públicas de ambos.
La discusión y el disenso democrático tienen su ámbito natural en nuestro Congreso. Es ahí de donde debe proceder y en donde puede lograrse el mejor diálogo. Esto debiera provocar que quienes, sin tener la representación popular, se sienten tentados al uso de expresiones que pueden tener connotaciones peyorativas se moderen para participar del debate público. Lo contrario sólo acaba por debilitar el fondo de las mismas razones que se esgrimen, perdiendo peso y credibilidad.