Otro Metro
“Adjudicarle toda la responsabilidad a la empresa de Metro es esconder la cabeza en la arena al mejor estilo del avestruz”.
El viernes tuvimos el peor episodio de falla en el tren de transporte urbano de Santiago. Miles de personas sufrieron la angustia de no poder llegar a sus trabajos en la mañana y no poder regresar a sus casas en la tarde con normalidad. Además, la ciudad vivió un día de congestión y estrés que se expandió mucho más allá de los usuarios directamente afectados.
Vivimos un duro recordatorio: que estamos muy lejos de haber logrado superar los problemas en la implementación del Transantiago. La recarga de usuarios que provocó el cambio en el sistema de transporte de superficie no ha sido absorbida por el tren subterráneo y el aumento en la frecuencia y gravedad de las fallas augura razonablemente que las crisis se incrementarán, porque la curva apunta hacia arriba.
Sin embargo, la intensidad de estas crisis permiten observar claramente cómo nos hemos desviado de ciertos parámetros de razonabilidad en nuestras conductas. El problema del Metro excede con mucho la administración de esa empresa, es mucho más grave y más profundo. Lo que le está sucediendo es parte de los efectos no solucionados del Transantiago. Pero eso no se ha explicitado, ni asumido, por parte de las autoridades en forma clara. Adjudicarle toda la responsabilidad a la empresa de ferrocarril subterráneo es esconder la cabeza en la arena al mejor estilo del avestruz.
Pero el sesgo con el que se comportan las autoridades y nuestra sociedad en general cuando una falla de servicio proviene de una empresa estatal, respecto de las empresas privadas, es innegable.
Invito a los lectores a pensar cómo habrían reaccionado fiscalizadores, organismos de protección del consumidor, medios comunicación, ONGs, etc., si la falla del viernes se hubiera producido en cualquier empresa privada de servicios masivos. No cabe duda de que estaríamos frente amenazas de demandas colectivas, comisiones investigadoras, revisión de su rentabilidad, exigencias de indemnizaciones y quién sabe cuánto más. El punto no es demandar que frente a Metro se reaccione de igual manera, sino una invitación a reflexionar sobre cómo nos hemos ideologizado y sesgado en contra del sector privado.
Hay entre nosotros una preocupante tendencia a la presunción de mala fe, al linchamiento; vivimos en una suerte de imitación de la leyenda del lejano oeste en que “se dispara primero y se pregunta después”, pero no aplicamos el mismo criterio a lo estatal. Un metro, en su otra acepción, es un parámetro de comparación estándar, que nos permite cotejar de manera universal las dimensiones de distintos objetos. El viernes la falla del Metro nos permitió comprobar que cuando el Estado es el que falla, medimos sus faltas aplicándole “otro metro”.