Palabras excesivas
“La solución a la obesidad infantil no se agota en la entrega de información”.
Justificado revuelo causaron las palabras del senador Guido Girardi con las que calificó como “pedófilos del siglo XXI que violan los derechos humanos de los niños” a un grupo de empresas multinacionales del rubro de los alimentos, en el marco de una conferencia convocada por la Organización de la Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO), celebrada en Italia. El tenor de la frase fue calificado como injurioso por el gremio aludido en nuestro país y mereció reparos de parte de la presidenta del Senado, y el propio senador Girardi reconoció posteriormente: “Mis palabras fueron excesivas”.
Asemejar una conducta, objeto de legítimo debate —los esfuerzos del rubro por incidir en el reglamento que aplicará en forma paulatina la nueva Ley de Etiquetado de Alimentos—, con un delito deleznable como la pedofilia está fuera de proporción. Pero esa retórica encendida tiene además el serio inconveniente de que dificulta la mejor comprensión de lo que está en juego por otras dos razones: porque el problema de la mala alimentación infantil es mucho más complejo de lo que da a entender la polémica comparación, y porque lo presenta de una forma maniquea, como un enfrentamiento entre abusadores (las empresas) y víctimas (los niños).
Los esfuerzos por transparentar con más detalle el contenido de los alimentos son necesarios, pero es obvio que la solución a la obesidad infantil y juvenil no se agota en la entrega de mayor información, como tampoco ha sido el caso con las advertencias impresas en las cajetillas de cigarros. Junto con ello, existen hábitos de consumo que se adquieren tempranamente —relacionados con la situación socioeconómica, influencia parental y pautas culturales—, a los que hay que poner en el centro de la mira, tanto pública como privada. Que las políticas impulsadas desde el Estado no estén dando los frutos esperados (Ley Súper 8, más horas de actividad física en la escuela, etc.) así lo sugiere.
No contribuye a lo anterior un discurso que plantea un esquema de “buenos y malos”, reduciendo el problema a un choque entre quienes tienen la razón y buscan el bien común, y quienes sólo buscan lucrar de cualquier modo sin atender a las consecuencias. Los desafíos de una sociedad rara vez son de esa naturaleza tan nítida y por eso superarlos requiere una mezcla de reflexión, diálogo, convicción y realismo. En este sentido, la expresión criticada aquí es a la vez “excesiva” y por completo insuficiente.