Diablo conocido
Por Camilo Feres
“La renovación no es una costumbre muy arraigada en la actividad política”.
La renovación no es una costumbre muy arraigada en la actividad política. Nuestro diseño institucional no contribuye demasiado a romper esa tendencia y las prácticas del sistema de partidos tampoco califican como un incentivo a la innovación.
Curiosamente, el ciclo político actual, marcado por la irrupción de temas que avanzaron por el lado de la agenda oficial y que se hicieron de un lugar a pesar de los partidos, no ha apalancado con la misma fuerza un cambio en los rostros, los instrumentos y los discursos del sistema político. Basta una mirada rápida a las disputas de liderazgo para verificar que tanto las agendas conservadoras como las que no son lideradas por figuras que comparten entre sí una larga y porfiada trayectoria en los primeros puestos de poder en sus respectivas posiciones.
Los partidos dividen sus opciones entre figuras que ya han ejercido el cargo; las precandidaturas presidenciales padecen del mismo reflujo y las oposiciones optan por erigir como emblema a rostros curtidos y archiconocidos de sus aparatos de poder.
Ahí donde un alcalde tambalea, se erigen con prontitud ex ediles para anunciar su retorno; ante las ventanas de posibilidad que abre el Gobierno, la oposición se reúne bajo la figura y la arquitectura de su pasada administración. En la DC, un tan brioso como añoso Ricardo Hormazábal fustiga al conservadurismo en su partido y, en el PS, Escalona, Allende y Martner se disputan el poder.
El 99% del los contenidos políticos hace referencia a si fue adecuada o no tal o cual postura en el pasado. Esto se ha vuelto más relevante que fijar posiciones sobre si es posible gobernar o conducir los procesos de una sociedad con mayor riesgo, longevidad, vértigo y dinamismo que aquella que vemos con nostalgia en las series de época.
Ante una ciudadanía con preguntas propias del siglo XXI, se posiciona una clase política con propuestas clásicas del siglo XX. Lo peor es que la fuerza de la tendencia hegemoniza a los viejos cuadros y a los nuevos rostros por igual. Con esta distancia entre la sociedad a la que se representa y los temas que se debaten, cabe preguntarse si la desafección para con la política no se explica también por esta porfía de acudir a la regresión, incluso como vía para un supuesto progreso.