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Fukuyama y la decadencia política

Por Guillermo Larraín.

“Las circunstancias han cambiado y las instituciones tienen gran dificultad para adaptarse”.

Publicado el 22/12/2014

Francis Fukuyama se hizo famoso a inicios de los noventa cuando proclamó que con la caída del muro de Berlín la “historia se había acabado”: el capitalismo se había impuesto como forma de organización de la economía y la democracia representativa, como organización política. A Fukuyama se lo asocia entonces a las corrientes más conservadoras del pensamiento político norteamericano, un equivalente de personajes como Niall Ferguson o Jesse Norman, que nos han visitado últimamente.

En su último libro, “Political Order and Political Decay”, Fukuyama argumenta contra las teorías optimistas según las cuales las democracias representativas no enfrentarían procesos de decadencia, porque existiría un mecanismo estabilizador automático: si las autoridades democráticas lo hacen mal, los electores votarán contra ellas y nuevas autoridades aparecerán con propuestas más eficaces para resolver los problemas del pueblo. El problema que está tratando de entender Fukuyama es la decadencia de EE.UU., la potencia triunfante de la Guerra Fría, que no enfrenta ningún enemigo serio capaz de destronarlo. Salvo él mismo.

Hay tres razones fundamentales que explican, según Fukuyama, la decadencia de un capitalismo democrático liberal moderno. Todas las razones que expone Fukuyama son importantes para el Chile actual, para su proceso y para insistir en la necesidad de continuar con las reformas en curso —evidentemente con las mejoras que corresponda—.

La primera razón es que las instituciones que explican el crecimiento de una sociedad en un determinado período, por ejemplo Chile entre 1990 y 2014, fueron construidas bajo circunstancias particulares. En Chile fue el caos y la dictadura, seguidos de una adaptación sensata. Dicha construcción fue un éxito, en el sentido que permitió el alto crecimiento y progreso que conocemos. Sin embargo, dice Fukuyama, las instituciones son conservadoras y, por lo tanto, una primera fuente de decadencia viene del hecho que estas pueden ser excesivamente rígidas y fallar en su adaptación a las circunstancias cuando éstas cambien. En Chile, las circunstancias han cambiado pero las instituciones tienen —por construcción constitucional— gran dificultad para adaptarse.

La segunda razón es que la sociabilidad humana se hace sobre la base de dos características: selección de pares (kin selection) y altruismo recíproco, que dicho en chileno es que se prefiere a los amigos y familiares. En Chile se han formado clanes económicos y políticos eventualmente distintos de la oligarquía tradicional chilena, pero cerrados al fin. Estos clanes quitan legitimidad al funcionamiento de nuestra democracia, justo cuando una sociedad más madura quiere más participación.

Fukuyama señala que el mecanismo estabilizador supone una alta capacidad organizativa de los grupos no-élite, lo que es un supuesto fuerte. Con partidos políticos débiles, muy influenciados por intereses económicos, con sindicatos frágiles y concentrados en el sector público, la capacidad organizativa de los grupos no-élite resta capacidad de adaptación a la democracia.

Fukuyama predice que una democracia liberal —como Estados Unidos— irá a la decadencia. La extensión del mismo argumento señala que Chile debe preocuparse, porque transita por senderos similares, y por eso mismo las reformas en curso son tan importantes y muy difíciles de diseñar e implementar porque poderosos intereses se opondrán, pero extremadamente importantes para el futuro de Chile.

Jorge Edwards

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