Helia, lo público y lo privado
“Muchos episodios similiares ocurrieron este año, pero sólo Molina terminó fuera del cargo”.
En una entrevista publicada ayer por este diario, la ahora ex ministra de Salud Helia Molina formuló polémicas declaraciones acerca del proyecto de ley que busca despenalizar el aborto en casos de violación, de inviabilidad fetal y en que peligre la vida de la madre. La ministra declaró que el proyecto que se presentará vendría “suave”, y gatilló su caída al sostener que “en todas las clínicas cuicas, muchas familias conservadoras han hecho abortar a sus hijas”.
Horas después, su propio ministerio emitió un comunicado señalando que “la cita destacada por el medio corresponde a una opinión personal de la ministra de Salud, que no representa el pensamiento del Gobierno de Chile”. Al rato, Helia Molina presentó su renuncia a la Presidenta Bachelet y abrió nuevamente el debate en torno al cambio de gabinete y la sintonía entre el Ejecutivo y sus propios secretarios de Estado.
Cuando un medio de comunicación entrevista a la ministra de Salud en torno a un proyecto de ley de su área, es porque para el público es relevante su opinión en su calidad de ministra, no en tanto Helia Molina (que por cierto es muy respetable).
Ella debió tener esto muy claro al momento de asumir. El rol de un secretario de Estado es ser un representante del Ejecutivo en un área específica. Si en temas de Salud, las declaraciones de la ministra de Salud no representa la opinión del Gobierno, quiere decir que no existe suficiente claridad acerca de la postura del Poder Ejecutivo frente a estos temas. Un problema de fondo, entonces, no es lo que haya dicho la ministra, sino las falencias en la alineación del Gobierno.
Muchos episodios similares —en que autoridades han justificado como personales las opiniones que han dado en la esfera pública— han surgido este año, pero sólo Helia Molina terminó fuera de su cargo. Por ejemplo, cuando el contralor de la República declaró que había cosas muy estúpidas en las reformas que impulsa el Gobierno, cuando el embajador de Chile en Uruguay le adjudicó los atentados terroristas del metro a un sector de la derecha, o cuando la alcaldesa de Providencia usó el palacio municipal para celebrar el matrimonio de un sobrino y luego dijo que irá a la reelección porque “lo pasa chancho” siendo alcaldesa.
La renuncia de Helia Molina fue una decisión prudente. Una autoridad que representa al Gobierno debe saber manejar con astucia la delicada línea entre lo público y lo privado.