Primera reacción
“El castrismo ingenuo de antes, el de la izquierda criolla, sentimental, nostálgica, creo que ya no será concebible”.
Había que vivir muchos años para contemplar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos. Mi experiencia de lo cubano y de su proceso revolucionario comenzó, precisamente, cuando yo era estudiante de asuntos públicos e internacionales en la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey. Conocí a cubanos que viajaban hasta Miami y que navegaban hasta la isla llevando armamento clandestino para los guerrilleros de la Sierra Maestra. Pude conversar con Manuel Urrutia, que sería el primer Presidente de la República cubana después de la caída de Batista; con Felipe Pazos, que desempeñaría un papel transitorio importante en la economía isleña, y con muchos otros. A mi regreso a Chile, en junio de 1959, en mi calidad de joven miembro del Servicio Exterior, conocí a la delegación de Cuba, presidida por el ministro de Relaciones Exteriores, Raúl Roa, que polemizaba en forma furiosa, con grandes chispazos retóricos de naturaleza más bien liberal, con el ministro dominicano. Esto ocurría durante una conferencia panamericana que tenía lugar en el Hotel Carrera de Santiago. En esos días, uno se llevaba la impresión de que Roa, que había luchado contra la dictadura de Batista, representaba las libertades frente al ministro del dictador Trujillo, el hombre de La fiesta del chivo. Hacia los últimos días de la conferencia llegó el Che Guevara y fue recibido en el aeropuerto de Los Cerrillos con banderas, con gritos de entusiasmo y canciones. Los norteamericanos, durante las sesiones del Hotel Carrera, más bien guardaban silencio y dejaban que el dominicano llevara la voz cantante. Era una pésima táctica, que producía un fenómeno de identificación entre Washington y la más desprestigiada de las dictaduras latinoamericanas. El doctor Raúl Porras Barrenechea, ministro peruano, miembro de un gobierno de centro derecha, no disimulaba su simpatía por la delegación castrista. Algo parecido ocurría con muchos de los delegados de América, con la gente de la CEPAL, con los sectores centristas, moderados, del gobierno de Jorge Alessandri.
Era otro mundo, con tendencias ideológicas, con hegemonías intelectuales, enteramente diferentes. Y eran las primeras etapas, todavía no bien comprendidas, de la Guerra Fría. Entre un general Eisenhower, que tenía de vicepresidente a Richard Nixon, y un Fidel Castro, un Che Guevara, no existía ni la menor posibilidad de entendimiento. Tampoco había posibilidades de diálogo en años más recientes entre Fidel Castro y George Bush. Creo que el paso de ahora, la apertura de conversaciones, que había empezado a prepararse muchos meses antes, tiene a tres personajes que son claves: Barack Obama, Raúl Castro, el Papa Francisco. Para entender el fenómeno hay que mirar las cosas desde adentro, con un poco de sutileza, sin prejuicios de ninguna especie. Raúl Castro es un personaje más racional, más organizado, menos temperamental que su hermano Fidel. Ha tomado medidas muy prudentes, cuidadosas, de relativa apertura política y económica. No sabemos hasta qué punto Fidel, desde su retiro, las ha frenado, o las ha conversado y sugerido. No lo sabemos y no lo sabremos durante mucho rato. La fragilidad de la economía cubana, que ya no podrá recibir grandes ayudas de Venezuela, juega un papel decisivo en todo el asunto. Barack Obama, por su lado, se encuentra bajo el fuego cruzado de la artillería republicana y de sus aliados internacionales. Pero aspira a dejar un legado moderado, democrático, de equilibrios mundiales, de su paso por la Casa Blanca. Y el Papa Francisco, en su calidad de voz humanista, conciliadora, modernizadora de la Iglesia, completa el triángulo en forma impecable.
He escuchado por la radio a algunos disidentes que viven en el interior de la isla y sus primeras reacciones han sido lastimeras, decepcionadas, desconsoladamente críticas. Demuestran que dar cualquier paso en la dirección de la armonía, de los acuerdos esenciales, aunque sólo se trate del acuerdo de conversar, son endiabladamente difíciles. Pero es probable que esas actitudes cambien un poco más adelante. La fuerza emocional, no sólo en la historia general sino en la historia de las personas, que tiene el tema cubano en España es enorme. Los disidentes de allá tienden a pensar que han perdido una batalla, que las relaciones con los Estados Unidos pueden servir para consolidar el poder de los Castro. Los exiliados cubanos de acá, como los de Miami, tienden a introducir matices más flexibles.
Si Raúl pudiera reforzar su control político y a la vez modernizar la economía de la isla, al estilo de los chinos, como una China popular en miniatura, suponemos que estaría muy satisfecho. Pero la apertura, el encuentro de los extremos, tiene siempre facetas positivas. El castrismo ingenuo de antes, el de la izquierda criolla, sentimental, nostálgica, creo que ya no será concebible. Pero el camino a la democracia en Cuba todavía será largo y complicado. No me paso de optimista, pero tampoco me encierro y rasgo vestiduras. Por ahora, veamos, y esperemos, y crucemos los dedos, y hagamos presión a favor de las libertades y de las visiones modernas de las cosas.