Sí, somos racistas
Por Ignacio Larraechea
Gerente General de ACCIÓN
Por Ignacio Larraechea
Gerente General de ACCIÓN
Nuevamente, Emilio Rentería, delantero venezolano del San Marcos de Arica, ha sido víctima de consignas racistas mientras su equipo jugaba contra Deportes Iquique. Hace unas semanas, una situación similar ocurrió en Rancagua, lo que motivó un decidido respaldo del Gobierno chileno al jugador.
Según la Encuesta de Tolerancia y No Discriminación (Universidad de Chile) y la Encuesta de Derechos Humanos 2013 (INDH), entre los chilenos se evidencian altos porcentajes de discriminación por criterios tales como edad, afiliación política, nivel educacional. Por ello, me atrevo a aventurar que no sólo somos racistas, sino que además somos poco sinceros, ya que a pesar de que afirmamos que “Chile es más desarrollado que los países vecinos, porque tiene menos población indígena” (41,5% está de acuerdo con esta afirmación), la voz popular no es abiertamente xenófoba, como es el caso de países donde la lucha contra la migración se ha transformado incluso en una carta segura para ganar elecciones.
Otra de las verdades que nos revelan estos estudios es el perfil de quienes tienen ideas racistas: bajo nivel educacional (52,9% son analfabetos), bajo nivel socioeconómico (34,8%), ideales políticos de centroderecha (27,3%) y evangélicos (35,9%). Resulta paradójico que un país donde el 30% de los encuestados declara haber sido discriminado por no tener dinero, sea el mismo que ejerce la discriminación hacia sus pares. La discriminación es el más claro ejemplo de una conducta social aprendida desde el dolor de la negación. Vale preguntarse si quien ejecuta el acto de excluir no ha sido a su vez excluido anteriormente. ¿Seremos algún día todos perfectos candidatos de exclusión? Mujeres, migrantes, homosexuales, ancianos, personas con discapacidades, pobres, ricos, negros, indígenas, católicos, evangélicos, niños y un sinfín de posibles grupos y singularidades entran en competencia por la exclusión. Entonces, ¿quién no?
La diversidad cultural, las ventajas de la multiplicidad de enfoques, el valor que emerge en la diferencia, la perspectiva que se origina en la coralidad de voces son sentencias claves para el desarrollo de cualquier sistema, especialmente en un mundo globalizado donde la mezcla es prácticamente inevitable. ¿Estamos todos haciendo nuestro mejor esfuerzo?