Después de Charlie Hebdo
“Lo del domingo 11 fue la expresión de un consenso profundo, de una extraordinaria unidad dentro de la mayor diversidad”.
Por Jorge Edwards
Después de los sucesos de Charlie Hebdo, del horror del día de la matanza —no perpetrada por terroristas del estilo que conocemos, sino por una especie humana nueva: los verdugos suicidas—, y de la emoción colectiva del domingo once de enero en París, se plantea una pregunta esencial. Se hace necesario saber si todo esto provocará un cambio real de mentalidad, una recuperación de los valores clásicos de la modernidad, con la libertad de expresión en un lugar privilegiado, o si el terrible episodio sólo va a redundar en una seguridad reforzada, en un “Patriot Act” a la europea. Creo que actuar así sería equivalente a defender las libertades públicas a costa de limitar la libertad de las personas: darle prioridad al aspecto policial, represivo, de todo el asunto, que va mucho más allá de eso, que es, en último término, un problema de cultura.
No podemos asumir una visión pesimista, pero estamos obligados a ser exigentes, rigurosos, implacablemente críticos. La manifestación del domingo 11 fue conmovedora; doblemente conmovedora para un chileno que ha vivido parte de su vida en París y que ha desarrollado una relación con la cultura, con la cultura literaria y también política, de Francia. Fue una movilización masiva, casi completamente unánime, en defensa de la libertad de expresión, y fue, paradójicamente, silenciosa, marcada por un lema único, que nadie discutía. Algunos pensaron que esto la convertía en una manifestación apolítica, y me parece que se equivocaron. Yo recordaba las consignas divergentes, el bullicio general, la competencia de carteles y de íconos del mayo del 68 de París, que conocí desde adentro, y llegaba a conclusiones exactamente inversas. Mayo fue pintoresco, divisorio, estudiantil, más politiquero que político. Lo del domingo 11 fue la expresión de un consenso profundo, de una extraordinaria unidad dentro de la mayor diversidad. Entre los que desfilaban no sólo había franceses de todos los sectores: había españoles, alemanes, judíos, latinoamericanos, africanos, musulmanes. Se demostraba una capacidad de reacción instintiva, voluntaria, pero no voluntarista, no manipulable. Los políticos profesionales, ahora, tendrán la tarea difícil de interpretar y de saber canalizar todo eso. No creo que el problema consista en reducir daños laterales. Habrá que reforzar la seguridad y a la vez la libertad concreta, la de cada ciudadano, y entender que ambos objetivos no se contradicen necesariamente.
En la España del pasado, hubo períodos de revisión, de libertad crítica, en los que la cultura ajena, la de los otros, adquirió un espacio. Doy un ejemplo: el pensamiento de Miguel de Cervantes en la extraordinaria interpretación de Américo Castro. Las ideas reformistas de Erasmo, las opiniones sorprendentes de Montaigne sobre el Nuevo Mundo, la presencia de personajes y formas de la cultura árabe en El Quijote son revelaciones que hoy, en un presente más bien somnoliento, rutinario, olvidamos. La conquista de Chile, en otro ejemplo notable, comienza con un impresionante canto de alabanza al coraje, a la gallardía del enemigo, escrito en impecables octavas reales por el cortesano, poeta y soldado Alonso de Ercilla. Son pruebas de una comprensión del otro que se ha practicado en los momentos más vitales, más creativos, de la cultura española e hispanoamericana, y son condiciones para que el otro nos comprenda a nosotros.
Plantear el fenómeno de este modo, desde la conciencia, desde la apertura de espíritu, exige resignarse a seguir un camino largo. Pero no hay atajos, no hay caminos más cortos. Admito, desde luego, que la fuerza militar y policial son necesarias, imprescindibles; pero no bastan sin una reacción, sin una revisión de fondo, que comienza en la mente de las personas. Lo que se demostró en la manifestación del domingo once en la Plaza de la República es que esa fuerza del espíritu, de la ciudadanía reunida, también debe tomarse en cuenta. Y me pregunto si la Unesco, organismo de Naciones Unidas que tuvo en sus orígenes una misión pacifista, destinada a crear una cultura de paz en la mente de los hombres, y que en años recientes ha perdido rumbo, no podría reinventarse ahora y en función de los grandes problemas de ahora.
Me gustó que en el homenaje de El País a Charlie Hebdo se hablara de algunos árabes olvidados de España, como es el caso de Averroes, gran transmisor del pensamiento clásico griego a la Europa de su tiempo. Y me pareció interesante que Bernard Henri-Lévy planteara la necesidad de estudiar con seriedad, de revisar, desde dentro del universo islámico y también desde fuera, los aspectos de tolerancia, de humanismo, de libertad, que se pueden rastrear en la tradición y en los textos del islam. La cultura occidental ya hizo ese trabajo, esa nueva, desgarrada lectura, y ese libre examen. Si un dibujante del Virreinato del Perú o de la Nueva España, en años coloniales, hubiera hecho dibujos irreverentes sobre la Santísima Trinidad, habría sido condenado a la hoguera en forma irremisible. Pero hay un desajuste de la velocidad de la historia, de los procesos de modernización. Por lo tanto, habrá que pensar bien, sin prejuicios, y tener una larga paciencia, y, desde luego, vigilar, tratando de que la vigilancia no provoque un recorte de la calidad de vida. Me acuerdo ahora de una larga conversación de hace una o dos décadas con un poeta tunecino liberal, de cultura superior, preocupado ya entonces por los derivados integristas que empezaba a percibir en el islamismo. Y he celebrado la crónica en que Philippe Lançon, que recibió dos balazos en la mandíbula en la mañana del 7, comentaba el humor, la chispa, la alegría de pensar, dibujar, escribir, que dominaba en esa sala de redacción. Concluyo, entonces, que la vigilancia estará a la orden del día, y también la paciencia, y el pensamiento claro, pero que quizá, y en lugar destacado, habría que mantener el humor, que es, como me dijo un día un querido amigo español, y aunque la gente no lo crea, una cosa muy seria.