El desierto jurídico
“Voté en contra de la constitución pinochetista de 1980”.
Nuestra dificultad, en Chile, en el mundo hispánico, es el estado de derecho. Lo fue desde los comienzos republicanos de Hispanoamérica y lo sigue siendo. Estamos rodeados de héroes falsos que han sido, de hecho, dictatoriales, arbitrarios, abusivos, ignorantes. Y a veces tenemos a personas de conciencia a quienes las circunstancias, no siempre buscadas, obligan a convertirse en héroes auténticos. Nuestros parques, nuestras alamedas, nuestros mausoleos, hacen ostentación de más de una estatua no merecida. En cambio, tendemos a olvidar a nuestros héroes anónimos, más frecuentes de lo que nosotros mismos creemos.
Andrés Bello, por ejemplo, fue un héroe tranquilo de aquello que se llamó entre nosotros, en el Chile del XIX, el estado en forma. Con su trabajo paciente de legislador, constitucionalista, civilista, hizo algo que muchos héroes desmelenados, jacobinos, estridentes, no consiguieron. Ahora leo con suma atención las noticias sobre el caso del fiscal argentino Alberto Nisman. He tenido amigos y maestros argentinos desde muy joven. En la Escuela de Derecho de la calle Pío Nono, en la década de los cincuenta, asistí a un cursillo de pocas semanas, excepcional, inspirador, de Exequiel Martínez Estrada, el autor de Radiografía de la pampa. Don Exequiel era un hombre sobrio, de cultura, que dominaba el lenguaje y que tenía ideas propias, originales, sobre la historia y la intrahistoria de Argentina, su país. Creo que al final sólo quedábamos dos o tres alumnos, pero Martínez Estrada continuaba con sus brillantes explicaciones, impertérrito. ¡Qué país, Chile, pensaba yo, qué indiferencia profunda, qué somnolencia! Al final del cursillo, los amigos chilenos del maestro le ofrecieron una cena en algún lugar conocido de Santiago. Me acuerdo que fui admitido, en mi condición de alumno perseverante, y que observaba desde mi rincón de la mesa a personajes como Hernán Díaz Arrieta, Ricardo Latcham, Roque Esteban Scarpa, representantes de una democracia anticuada, un poco zarandeada.
Alberto Nisman, nombrado fiscal por el ex presidente Kirchner, emprendió su trabajo de investigación con seriedad, con un nivel de rigor que no encaja bien en los tiempos que corren, y terminó convertido en héroe, héroe asesinado, probablemente a pesar de sí mismo. En un continente lleno de héroes falsos, de estatuas inútiles, pasó a formar parte de una larga lista de mártires más bien anónimos y, aunque parezca una paradoja, profundamente necesarios. Ahora habrá que emprender una investigación nueva, dramática, imperativa, y no será concebible, ni siquiera posible, que termine con la muerte por cualquier causa del nuevo investigador. Si ocurriera eso, Argentina dejaría de ser el país de Martínez Estrada, de Jorge Luis Borges, de Julio Cortázar. Y nadie quiere que eso ocurra.
Voté en contra de la constitución pinochetista de 1980. Me acuerdo como si fuera hoy de haber ido a votar en compañía de Leopoldo Castedo, nuestro historiador nacional emigrado de la guerra de España. Pues bien, había gente moderada, no mal intencionada, que pensaba que una constitución cualquiera, insuficiente, conservadora, era mejor que la nada constitucional, que el desierto jurídico. Algunos años después, en 1988, esa constitución, con sus evidentes limitaciones, obligó al régimen militar a llamar a un plebiscito y en seguida a reconocer, con obvia dificultad, en horas de incertidumbre, su derrota. Es decir, la constitución insuficiente, expresión rudimentaria de un estado de derecho, había permitido, a pesar de todo, iniciar una transición a la democracia sin disparar un tiro.
Observo ahora los intentos de acabar con esa constitución del 80 y de iniciar un proceso constituyente diferente, sin ataduras autoritarias, de carácter fundacional. La argumentación parece impecable, pero sabemos que la historia, que tiene una relación indirecta, muchas veces ambigua, con los grandes textos constitucionales, suele seguir caminos imprevistos. La constitución autoritaria fue modificada muchas veces por la democracia recuperada. El gobierno de Ricardo Lagos, que fue un equivalente chileno, aproximado, de los gobiernos españoles de Adolfo Suárez y de Felipe González, la reformó en aspectos esenciales y si no consiguió todo lo que pretendía, consiguió mucho. Si fuera necesario, no veo impedimentos serios para que ese texto de hace ya más de tres décadas pueda reformarse otra vez y adaptarse a los tiempos actuales.
Lo que veo, en cambio, es que los héroes desmelenados, jacobinos, palabreros, aparecen por todos lados, listos para todo. Y que los héroes no reconocidos como tales, los de la especie de Exequiel Martínez Estrada o de Alberto Nisman, desaparecen y se olvidan demasiado pronto. Los primeros, que hace poco solían llevar camisetas con la imagen romántica del Che Guevara, suelen producir más ruido que otra cosa. Los de la segunda clase, los Andrés Bello, los Martínez Estrada, los Alberto Nisman, representan una paradoja interesante: parecen inútiles, pertenecen a la familia del Caballero de la Triste Figura, pero tienen un significado enorme en la vida de nuestras sociedades, en sus anhelos reales de libertad, de justicia, de respeto de la ley. No es poca cosa. Y tenemos la obligación de distinguir, entre nosotros, en nuestros estados o cuasi estados de derecho, entre la hojarasca, la retórica, y la semilla auténtica.