La sospecha moral
Marta Lagos.
“Somos espectadores de
lo que eufemísticamente se llama ahora irregularidades: delitos”.
Por Marta Lagos
Desde 1990, el 70% de los chilenos “no dicen lo que piensan”. Los eufemismos son parte de esa cultura de no decir de frente las cosas sino de manera “adecuada” (según lo que los otros quieren oír). La tolerancia a la diversidad es escasa. El que se sale de la fila es señalado con el dedo. Es caro ser diferente.
En los últimos 25 años se ha reforzado el sentimiento de no ir contra la corriente. Eso, siempre y cuando no existan ocasiones en las que decir lo que se piensa no pueda ser usado en contra tuya. Por eso las protestas han sido una gran válvula de escape, en el anonimato de la masa, en la calle, puedo expresarme sin costo. Los chilenos quieren dejar de hacer venias pero sin costo.
Vivimos en un mundo aparente, lleno de inexpresiones con todas nuestras sospechas: no hablo, los que tienen más poder pueden hacerme la vida imposible. La sospecha comienza con el abuso del poder. En primer lugar, el abuso de poder del Estado (el cuoteo, la corrupción, etc.) que trae consigo la desafección con la política. En segundo lugar, el abuso del poder del dinero, confirmado con los escándalos: las farmacias, los pollos, los chanchos, La Polar etc., que trae consigo cierto grado de cinismo del consumidor, consumo luego crítico. No llama la atención que La Polar siga “business as usual”.
A ello se le agregan las platas negras del caso Penta que cierra el círculo de sospechas sobre política y economía. Y el uso “no usual” de “información confidencial”. Como dice el Sr. Camus, presidente de la Bolsa de Comercio.
Tenemos razones para seguir callando. Primero las industrias que nos “pistolean” con precios coludidos. Segundo los políticos que recurren a platas negras para ser elegidos y terminan legislando a favor de quienes los financian: uno de los dueños de Penta le escribe al presidente de la UDI pidiéndole soluciones para una ley en trámite. Los elegidos con dineros negros de empresas (plural) que coartan su libertad de votar a conciencia no son tampoco ningunas santas palomas. No son víctimas, sino cómplices. El silencio del resto de los políticos, que hoy no están en la mira, es muy impresionante. Somos espectadores de lo que eufemísticamente se llama ahora “irregularidades”: delitos.
Difícil es distinguir, en este maremágnum de acusaciones, a los buenos y los malos. Pareciera que, salvo la Coca Cola, no quedara nadie libre de polvo y paja.
Las sospechas morales se confirman. Hay que callar, los que tienen poder hacen literalmente lo que quieren. Hay al menos 8 millones de chilenos que hicieron esta ecuación y decidieron no votar. Sorprende que algunos aún se pregunten por qué.