Ulrich Beck (1944-2015)
Por Aldo Mascareño, Director Núcleo Milenio, Modelos de Crisis, Escuela de Gobierno UAI.
“En épocas de incertidumbre como la que vivimos hoy en Chile y el mundo, leer a Beck no está de más”.
Por Aldo Mascareño, Director Núcleo Milenio, Modelos de Crisis, Escuela de Gobierno UAI.
El 1 de enero de 2015, producto de un infarto, dejó de existir Ulrich Beck, uno de los más relevantes sociólogos de las últimas décadas. Beck se hizo conocido luego de la publicación de su libro La sociedad del riesgo, en 1986. Chernobyl aconteció unos meses después. La tesis central del libro es que la sociedad moderna se pone en riesgo a sí misma por medio de innovaciones, tecnologías y conocimientos cuyas consecuencias no son posibles de controlar. En otros términos, nuestra sociedad crea sus propias crisis, y las repercusiones de ellas no son sólo locales. Nos preocupamos de mejorar nuestros estándares de vida, pero terminamos administrando los efectos negativos de lo que hacemos. Este parece ser un vívido relato de lo que hemos vivido en Chile el último tiempo y de lo que nos espera en los años próximos.
En el nuevo escenario, la sociedad queda expuesta a complejos desafíos: la interconexión de consecuencias produce amplificación de crisis y efectos de búmeran; la especialización del conocimiento multiplica la ignorancia de todos; la vivencia del riesgo establece a la desconfianza como actitud primaria; la imagen de un futuro catastrófico queda precautoriamente incluida en el presente, lo que implica el riesgo de inmovilidad y, con ello, la profundización de desigualdades.
Beck le habla a una generación que incuba muchas dudas acerca de la posibilidad de que el Estado-nación solucione tales problemas, pero que tampoco logra ver en las instituciones internacionales una mayor capacidad regulatoria. En los años 2000, Beck asumió una defensa militante de la Unión Europea. Recurrió al concepto de cosmopolitismo para promover una actitud global. Su buena elección conceptual, sin embargo, vino demasiado cargada del modelo europeo. Ello hizo difícil que resonara ahí donde la experiencia es otra: donde la modernidad se vivencia como exclusión (África), donde ella ha derivado en híbridos de industrialización y autoritarismo (Rusia o China), o en regiones como América Latina, donde el nacionalismo o intereses particulares capturan el horizonte público. Con su confianza ciega en Europa, Beck se acercó más a la actitud del predicador enfático que a la del sociólogo reflexivo que él mismo promovió.
De todos modos, en épocas de incertidumbre como la que vivimos hoy en Chile y el mundo, leer a Beck no está de más. Puede hacernos más conscientes y partícipes de los riesgos de nuestras propias decisiones y, al menos, prevenirnos ante nuestras próximas crisis.