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Diálogos libertarios

Por Fernando Balcells

“La sorpresa del decano no abre al conocimiento, sino que lo cierra, complacida en su ignorancia”.

Publicado el 05/02/2015

Por Fernando Balcells

Se acerca la discusión de las reformas al Estado y no estamos preparados para abordarlas. Nos agrupamos bajo memorias descontinuadas y seguimos actuando por lealtades cómplices, más que por una reflexión pública actual. Lo cierto es que, seamos liberales, conservadores, anarquistas o demócratas de cualquier laya, somos poco curiosos.

Hace algunos meses, un decano universitario se sorprendía de que la presidenta de la FECh, Melissa Sepúlveda, declarara el carácter ‘libertario’ de su movimiento. “El término libertario, en teoría política, se refiere principalmente al liberalismo clásico que promueve y defiende la libertad. Sorprende que la izquierda hábilmente se haya ido apropiando de ciertas palabras, tergiversando su sentido. Basta ver lo que sucedió en EE.UU. con la palabra liberal”, señaló el decano.

El candor del decano es menos grave que el abismo cultural del que es síntoma. Hay una identidad libertaria que se busca a sí misma, ignorando la vasta tradición liberal y anarquista que la interpela y le impone coherencia.

Entre los libertarios hay dos universos que coexisten, asediándose el uno al otro en sus pequeños mundos paralelos y autorreferentes. La sorpresa del decano no es de aquellas que nos abren al conocimiento, sino de las que lo cierran, complacidas en su ignorancia.

El término libertario, acuñado por Dejacque en 1857, tuvo como objetivo la crítica del “anarquismo a medias”, misógino y liberal de Proudhon. Éste, maestro de Bakunin, es también creador del mutualismo e impulsor de la economía cooperativa. Dejacque fundó en 1861 en Nueva York el periódico “Le Libertaire” y Proudhon es referencia obligada en las escuelas de ciencias sociales en todo el mundo.

La vertiente conservadora viene de la defensa filosófica del libre albedrío, en oposición al determinismo social y religioso. Su antigüedad es bíblica y su actualidad se remonta a la ética protestante. Su operatividad como bandera política es reciente y se desarrolla en EE.UU. a partir de 1940 con el rechazo al New Deal.

En sus dos nacimientos —en el seno del anarquismo y del conservadurismo—, los libertarios rompen antagónicamente con el liberalismo. Ambos flancos reprochan a los liberales sus variadas claudicaciones ante el Estado.

Para los libertarios de izquierda y de derecha, en todo Estado anida un exceso que los atrae como un vértigo. Ambos miran con recelo al Estado policial y al de bienestar. Ante el Estado policial, los libertarios-propietarios vacilan atraídos, como vacilan los libertarios-desposeídos ante el Estado de bienestar.

Cual más cual menos, en Chile todos somos estatistas y más nos vale superarlo.

  • José Amor de la Patria

    Pero el problema no se encuentra en el “candor” de su “Decano”, sino en la ignorancia o desconocimiento que expresa, denominador común de un gran segmento de tomadores de decisiones que adhieren eclecticamente a lo que esté de moda, simplemente para flotar. Ellos son esclavos de su “libertad” navegando sin timón por el inmenso mar.
    Ahora, el tema de fondo no radica si uno u otro es más libertario que los demás o si inicia sus convicciones desde la libertad, sino que es comprender cuánta libertad nos queda en el curso del devenir político de la Nación Chilena. En este sentido la tiranía adviene con traje de “camaleón” y un buen ejemplo de ello es la cándida opinión en este mismo Diario de otro columnista, el Sr Luis Cordero, cuando nos habla de la Corte Suprema en su columna sobre “Cultura de Derechos”. El resto, si queremos seguir hablando de libertad, libertades y libertarios es mejor buscarlo en un diccionario de filosofía y en ese sentido el Estado, este Estado, ya es una molestia.

Jorge Edwards

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