Justicia social, ¿de qué hablamos?
Por Cristóbal Ruiz-Tagle
Director de Estudios de IdeaPaís
Por Cristóbal Ruiz-Tagle
Director de Estudios de IdeaPaís
Si tuviéramos que buscar una palabra que aglutine el objetivo de todas las reformas que se han promovido desde el Gobierno, la composición perfecta parece ser “justicia social”.
Pero, ¿a qué nos referimos cuando invocamos a la justicia social? Hoy muchos la pregonan, pero pocos tienen claridad sobre sus verdaderas implicancias.
Para algunos, la única dimensión de la justicia social que logran captar es la distribución de la riqueza. La justicia social, por cierto, bien requiere de la distribución de la riqueza, porque en la vida social es indispensable tener un cierto mínimo de bienes materiales para vivir dignamente. Pero, claramente, la justicia social es más que la justa distribución de los bienes.
Buena parte del desprestigio que lamentablemente tiene la justicia social se explica por esta falta de orden conceptual. Hay quienes sólo la reducen al ámbito redistributivo, promoviendo al mismo tiempo políticas que son un claro atentado en contra de ésta. Por ejemplo, el aborto o el matrimonio homosexual, por citar algunos.
Otros, en cambio, ven la idea de justicia social como un patrimonio exclusivo de “los progresistas”, olvidando que esta concepción es una condición necesaria para cualquier proyecto político que tenga como objetivo último el bien común.
Este recién pasado 20 de febrero, la ONU celebró el día de la justicia social. La efeméride nos otorga una buena ocasión para que ampliemos la mirada y nos planteemos, en serio, una justa distribución de la riqueza. Pero, al mismo tiempo, también es una oportunidad para ampliar el estrecho concepto de justicia social que parece reinar.
Vivir en sociedad implica, efectivamente, vivir juntos. Esto quiere decir, ayudarnos mutuamente y beneficiarnos cada uno de la sociedad, para que la dignidad humana sea efectiva y no sea solamente un eslogan de declaraciones de principios.
Sólo así, el adjetivo “social” no será únicamente un adorno, sino una definición real que conlleve a que todos los ciudadanos logren participar de los bienes que permiten una convivencia humana y fraterna.