Acuerdo para la confianza
“La democracia es frágil cuando se pierde la fe en sus instituciones. El Gobierno debe ser más audaz”.
En política nada es definitivo. Los eventos de este verano lo demuestran. El Gobierno y la Nueva Mayoría terminaron un 2014 con grandes logros en su agenda legislativa. La Presidenta y sus ministros podían gozar de sus legítimas vacaciones con tranquilidad. Incluso, los casos Penta y Soquimich, que esparcieron esquirlas por todos lados, no los tocaron.
Todo parecía conjugarse positivamente para el segundo año: la derecha en el suelo, la Nueva Mayoría afiatada en sus triunfos, el liderazgo presidencial fortaleciéndose, la economía empezando su recuperación. Y sin embargo, un mes después, el país se encuentra sumido en una profunda crisis, gatillada por un negocio del hijo de la Presidenta. El efecto ha sido devastador.
La forma del negocio en sí parece grave, pero es menos grave que sus consecuencias. La Presidenta —hasta ahora la única verdadera líder política relevante en este país— ha sido afectada en su principal capital: la credibilidad. No dudo de la integridad de Michelle Bachelet, pero los actos de su hijo empañan su imagen. Sobre todo por la incoherencia con la identidad de su gobierno.
El problema de fondo es que un contexto de desprestigio total de la clase política y del mundo empresarial es caldo de cultivo ideal para el surgimiento de liderazgos populistas y demagógicos. Aprendimos con dolor que Chile no es inmune a las tendencias de nuestro continente y que la democracia es frágil cuando la ciudadanía pierde la fe en sus instituciones. Por eso me parece que el Gobierno debe ser mucho más audaz.
Es irrisorio pensar que pueda retomarse la agenda legislativa sin resolver la crisis de fondo que nos está destruyendo. Es como tener sentado en el puesto principal a un gorila y no querer verlo. Guste o no a los integrantes de la Nueva Mayoría, esa solución pasa por un acuerdo político nacional. Un acuerdo que, junto con regular, con el más alto estándar, la relación entre el dinero y la política y entre lo público y lo privado, convoque a la sociedad a un compromiso para fortalecer los valores y las instituciones democráticas.
No se trata de arreglines. Decirlo es simplemente seguir alimentando la lógica de la desconfianza. La justicia seguirá su cauce. La política debe generar un ambiente que permita un diálogo amplio y profundo. Se trata de cambiar las conversaciones.
Antes del plebiscito de 1988, vivíamos bajo la sombra del miedo, la desconfianza y el escepticismo. Lo que cambió no fue la realidad: las amenazas eran las mismas. Cambiaron las conversaciones, cambió el ánimo, pudimos recuperar confianzas y construir un proyecto común democrático de largo plazo.