“Ad hitlerum”
Señor Director: El carácter falaz de los argumentos ad hominem, en general, y ad hitlerum, en particular, es independiente de la veracidad o falsedad de la imputación personal, por cuanto constituyen un non sequitur respecto del argumento de la contraparte cuyo desprestigio se pretende. Siendo ésta la tesis central de mi anterior misiva, el Sr. […]
Señor Director:
El carácter falaz de los argumentos ad hominem, en general, y ad hitlerum, en particular, es independiente de la veracidad o falsedad de la imputación personal, por cuanto constituyen un non sequitur respecto del argumento de la contraparte cuyo desprestigio se pretende.
Siendo ésta la tesis central de mi anterior misiva, el Sr. Rafael Mera Pastor (en su carta “Ad hitlerum”, 06/03) no expresó desacuerdo al respecto, siguiendo en pie respecto de su aplicación en el debate sobre el aborto.
Tampoco es intelectualmente deshonesto hacer notar la condición confesional de quien comete atrocidades coherentes con su doctrina religiosa cuando sus mismos correligionarios son quienes le citan como contraejemplo moral mientras se asumen como sus baluartes. Recordemos que el antisemitismo con cargo al deicidio tenía tal arraigo en los sermones católicos, que (recién) en 1965 la Iglesia tuvo que hacerse cargo de ello en el Concilio Vaticano II. Las facciones protestantes comparten tal prejuicio y clérigos de ambos bandos no escatimaron en bendiciones al susodicho.
Por otra parte, el que finalmente haya dejado de ser practicante no obsta el que lo haya sido mientras efectuó su infamia ni le resta su condición general de católico; condición laxa, esta última, que califica a la amplia mayoría de quienes son reconocidos como tales sin ser practicantes.
En cambio, lo que sí resulta menos honesto, intelectualmente, es pretender desplazar en forma ad hoc la línea de gol para discernir entre quién pertenece o no al grupo de referencia que pretende autoridad moral en base a un credo religioso compartido por quienes, a pesar de sus tropelías, duermen y mueren con la conciencia tranquila al sentirse perdonados por su dios. ¿Cuántos Papas se han dignado a ponerlos en su lugar?
Luis León Cárdenas Graide