La fusión de Vallejo y Warnken
Por Hugo Eduardo Herrera
“Ella cree, con la decisión de un gásfiter frente a un aparato descompuesto, que existe una solución: Asamblea Constituyente”.
Por Hugo Eduardo Herrera
Ambos, Camila Vallejo y Cristián Warnken, se escandalizan, en sus últimas columnas, por el Caso Penta. Critican los abusos del mercado y el debilitamiento del Estado, pero sus posiciones, en el fondo, no pueden ser más distantes entre sí. Mientras él, con delicados escrúpulos, aboga por huir del mundanal ruido, refugiarse en la poesía y terminar recorriendo el borde costero, ella cree —con la decisión de un gásfiter frente a un aparato descompuesto— que existe “la” solución —casi mecánica— a nuestros complejos problemas: la Asamblea Constituyente (AC).
Suelo pasear por la orilla del mar y creo en la importancia de los procesos deliberativos, pero pienso que las actitudes de Warnken y Vallejo son extremos que conspiran contra una comprensión política de la existencia. La líder comunista asume que un determinado dispositivo —la AC— será garantía para alcanzar la plenitud. Este fanatismo de los medios es propio de una izquierda menos sofisticada que, de tanto pensar que la parusía revolucionaria se obtendría gracias a una dictadura del proletariado, terminó cayendo en el fetichismo del Estado dictatorial.
El poeta, empero, al retirarse escandalizado de la ignominia mundana, deviene impotente. Ocurre que la vida continúa y allí sigue pasando que los fuertes aplastan a los débiles y burlan —desde el mercado o el Estado— la justicia y la limpieza, de tal suerte que el desasimiento se vuelve, al final, cómplice de los abusos. El refugio del poema nos procura consuelo, pero siempre cabe preguntarse si no estamos allí evadiéndonos de una realidad que clama por redención.
Comprender políticamente la existencia exige alejarse, tanto del mecanicismo (izquierdista o burocrático-económico en nuestra derecha) que somete la realidad bajo ciertas fórmulas predefinidas y termina haciéndole violencia, cuanto del desasimiento romántico que acaba operando como cómplice de los abusos. Se trata de elucidar la situación sin manipularla, atendiendo de manera cuidadosa a la realidad, pero no para quedar absorto ante ella, sino para ofrecerle una dirección plena de sentido.
Probablemente, el ceño fruncido de ella y su monótona retórica y la prosa indecisa de él y su semblante melancólico alcanzarían una síntesis asentadora si la lucidez se extendiera, en ella, a la complejidad insondable de la existencia y, en él, a las maneras humanas de orientarla.