La subsidiariedad desnaturalizada
Por Hugo Eduardo Herrera
“El principio de subsidiariedad se usó para organizar la resistencia contra el socialismo y favorecer el capitalismo”.
Por Hugo Eduardo Herrera
En las décadas pasadas, parte de la derecha hizo una interpretación peculiar del principio de subsidiariedad. Enfatizó su aspecto negativo (limitación del papel del Estado) y soslayó su lado positivo (intervención del Estado). Se usó al principio para organizar la resistencia contra el socialismo y luego para favorecer el capitalismo. Todo eso, cuando la alternativa era caer bajo una dictadura marxista. Con lo genial que pueda considerarse ese uso dado al principio, se lo terminó desnaturalizando.
En el “mundo de los principios” hay dos grandes clases. Están los abstractos, como libertad e igualdad, que se dejan aplicar directamente, sin atender a las circunstancias, y los concretos, que exigen antes, atender a la realidad. La subsidiariedad es un principio de organización del poder social según el cual, dada una tarea determinada, se debe analizar qué organización está mejor preparada para asumirla, si la grande o la pequeña. Incluye dos aspectos igualmente insoslayables: uno negativo, que dice que cuando la sociedad más pequeña es más apta que la grande para asumir la tarea, la más grande debe limitarse y dejar el asunto en manos de la sociedad pequeña. El aspecto positivo del principio apunta a entregarle a la sociedad más grande la solución del problema, cuando ella es más apta que la pequeña para asumirlo.
Como se ve, el principio es concreto. Exige atender a la realidad y a quién, en ella, está mejor dotado para asumir una labor.
Si se enfatiza el aspecto negativo del principio, no sólo se deja de lado el otro aspecto, el positivo, tan constitutivo del principio como el primero. Además, el principio mismo deja de ser uno concreto, que exige atender a las circunstancias, y pasa a convertirse en un principio abstracto de limitación general del papel del Estado. Entonces pueden llevarse adelante procesos de transformación a gran escala, de consecuencias ciertamente virtuosas, cuando se trataba de la amenaza totalitaria, pero más que dudosas en épocas de mayor normalidad, especialmente cuando en el país se advierte una concentración oligopólica del poder económico que el propio Adam Smith habría rechazado.
Justo en una semana más se presentará un libro del IES, editado por Pablo Ortúzar, dedicado a la subsidiariedad. En la medida en que allí varios de los autores cuestionan la visión “negativista” del principio e indagan en sus raíces socialcristianas y federalistas, la recopilación se vuelve una excelente oportunidad de iniciar un debate que saque a la subsidiariedad de la comprensión sesgada y pobre que se tiene usualmente de ella entre nosotros, tanto en partidarios como detractores.