Pastor sin ovejas
“La ausencia de Ezzati en la ceremonia en la cual el obispo Barros asumía su cargo sólo valida los rumores”.
¿Qué define el rol de un líder? Para algunos es la autoridad que se ejerce; para otros, el talento en movilizar gente hacia un objetivo. Sea cual sea, lo importante es que no existe un líder sin personas que liderar.
Lo ocurrido la semana pasada en la catedral de Osorno debiera constituir un punto de quiebre en la Iglesia chilena. Como nunca, un grupo importante decidió protestar dentro de la catedral durante la ceremonia en la cual el nuevo obispo, Juan Barros, asumía su cargo. Pero no sólo eran laicos, sino que también fieles manifestando su descontento con la decisión del Vaticano.
Desde curas diocesanos, pasando por el superior de la congregación de los Sagrados Corazones, son muchos los religiosos que han manifestado que Barros no debiera haber asumido como obispo de Osorno. A tanto ha llegado el rechazo, que incluso se ha filtrado que el cardenal Ezzati habría gestionado personalmente ante el Papa para evitar su nombramiento. Su ausencia en la ceremonia, junto a la de gran parte de los obispos de la Conferencia Episcopal, no hace sino validar los rumores.
El fenómeno que está sufriendo la Iglesia hoy no es ajeno a procesos sociales más complejos y tampoco es nuevo para la institución. Los testimonios verosímiles de las víctimas de Karadima sobre el rol de Barros, protegiendo y encubriendo al abusador, se vuelven en evidencia en su contra. Barros aparece como otro sacerdote capaz de encubrir terribles abusos, tan sólo por escalar más alto en la cúspide del poder. Como en muchos casos, esto se trata de las percepciones que se ha formado la comunidad católica, más que de la veracidad de las acusaciones. Además, al verse involucrado en uno de los casos de abusos que más han golpeado a la Iglesia chilena, Barros debiera haber comprendido que sus acciones en el pasado iban a afectar su capacidad de ser un pastor comprensivo.
Personas llamadas a liderar, como el caso de un obispo, deben ser vistas como figuras legitimadas dentro de su comunidad. Su autoridad no proviene únicamente del correcto procedimiento por el que es nombrado, sino por la capacidad de unir a la comunidad que pretende liderar. Su legitimidad está en el ejercicio de la autoridad, basado en ideas de mérito y honestidad. Un obispo que es percibido como mentiroso y encubridor sólo destruye más a la Iglesia. La comunidad de Osorno no merece un pastor que divide.
Hoy parece equivocado el nombramiento, ya que el prestigio y la historia personal de Barros debieron haberse tomado en cuenta. Lo que ocurrió en Osorno nos debiera poner en alerta: se ha nombrado un obispo que no puede liderar su iglesia, no tiene la legitimidad, la credibilidad, el apoyo ni fieles que lo sigan. La solución ya no está en el Vaticano ni en sus pares obispos. Quien tiene la posibilidad de solucionar este problema es el mismo Juan Barros. Si su vocación pastoral es verdadera, y entiende que su rol está intrínsecamente manchado por su historia personal, debiera renunciar. No es posible ser pastor sin ovejas.