¿Qué esperar de este gobierno?
“La adhesión supersticiosa a un programa no sirve para gobernar”.
No eran pocas las dificultades que enfrentaba el gobierno de la Presidenta Bachelet al término de 2014, como lo evidencia la desaprobación que se hizo mayoritaria a partir de octubre, pero ese cuadro se agravó bruscamente debido al escándalo Dávalos, cuyas implicancias finales aún no conocemos. Es visible la erosión del capital político-moral de la Mandataria y, por lo tanto, de la buena voluntad de mucha gente hacia ella.
A estas alturas, nadie discute que la Presidenta se equivocó al llevar a su hijo a La Moneda, lo cual debe ser para ella mortificante reconocerlo. Aunque no haya conocido en detalle la clase de negocios a los que él se dedicaba junto a su esposa, sabía que como Jefa de Estado tenía el deber de estar alerta respecto de los eventuales riesgos. ¿El resultado? La confirmación de que la política, además de deparar sorpresas, puede ser muy cruel.
El cuadro cambió para mal. Las evidencias de promiscuidad entre la política y los negocios han provocado máxima desconfianza ciudadana sobre los estándares éticos de las élites. Y todavía no lo sabemos todo. Varios parlamentarios del bloque gobernante duermen mal por los rumores de que saldrán a la luz sus propias boletas. En este escenario, es esencial que el Ministerio Público y los tribunales cumplan con su tarea rigurosamente. Sólo así tendrá sustento cualquier empeño por reforzar la probidad y la transparencia.
La necesidad de sanear el financiamiento de la política y enfrentar la corrupción no formaban parte del programa presidencial, pero pasaron al primer lugar de la preocupación pública. Esto prueba que la adhesión supersticiosa a un programa no sirve para gobernar. Se nota demasiado que el equipo de La Moneda no ha efectuado un análisis descarnado de la nueva situación, y corresponde hacerlo. Es natural que los ministros y líderes oficialistas tengan en cuenta el impacto emocional de lo ocurrido en la Presidenta, pero no basta con los llamados a cerrar filas.
Las cosas podrían empeorar si La Moneda cede a la tentación de disimular las dificultades mediante el recurso de mostrar hiperactividad y transmitir la imagen de que, pese a todo, “cumpliremos el programa”. Esa sería una forma de fuga hacia adelante, de negación de la realidad. Lo que hace falta es que la Mandataria y sus colaboradores revisen las promesas de campaña y precisen lo que se puede y no se puede hacer. El voluntarismo sólo acarreará mayores problemas. Es mejor no seguir lanzando proclamas, como que la desmunicipalización hará surgir —ahora sí— “la escuela igualitaria” que iba a crear la reforma del año pasado. Se requiere que todas las fuerzas políticas converjan en una estrategia que mejore las defensas morales e institucionales del país. Ojalá el Gobierno esté a la altura.