Seguimos sin monitoreo
Por Eduardo Arriagada
Por Eduardo Arriagada
En otra catástrofe natural, el terremoto de febrero de 2010, la red del pajarito se hizo parte de nuestra vida y pasó a ser un tema recurrente en los medios. La administración de Sebastián Piñera aprovechó Twitter desde su llegada al gobierno; en 2011 Pablo Matamoros intentó licitar un sistema de análisis digital de lo que los ciudadanos le decían al Ejecutivo a través de las redes.
Comenzó una prematura y desinformada polémica en torno al monitoreo en la que se dieron extremos como la denuncia del Colegio de Periodistas, que calificó a la práctica de policial, aunque en meses se convertiría en un trabajo relevante para muchos de sus colegiados.
Aun cuando el gobierno de Piñera y la actual administración de Bachelet son usados como ejemplos por la OCDE por la calidad del trabajo de sus cuentas oficiales, La Moneda todavía no cuenta con un servicio formal de análisis de las conversaciones publicadas en línea en torno a su trabajo. En estos espacios no es suficiente proyectar los esquemas propios de los medios tradicionales, como contentarse con el volumen de las participaciones, los trending topics.
Si Twitter y las páginas abiertas de Facebook son entendidas como grabadoras en una cafetería, bar, oficina o cualquier otro lugar de encuentro de la ciudad, donde la gente está invitada públicamente a compartir lo que quiere decir, lo fundamental no son las palabras que se repiten, sino las conversaciones que se desarrollan entre personas con nombre y apellido. Cuando se resume el desafío de analizar lo que se publica en las redes como un trabajo profesional, se habla de la capacidad de extraer un pequeño dato valioso entre el mar de datos.
En los últimos meses, varias áreas del gobierno contrataron sistemas de monitoreo digital para estudiar lo que los chilenos tratamos de decir. Fonasa, la Intendencia de Santiago y la Corfo ya están usando estos servicios, incorporados hace años por empresas privadas.
Sin embargo, en el centro de nuestras ocho manzanas, a pesar de todo lo que ha pasado este verano, el palacio de gobierno sigue escuchando las redes en forma manual, y en parte condicionada todavía por desfasados informes de la Contraloría, que surgieron cuando apenas se entendía el rol de estos espacios de participación.