Un equilibrio precario
“Junto con abordar aspectos de infraestructura, se trata de concebir el transporte en la ciudad desde otra óptica”.
Aunque ayer la capital sorteó los peores escenarios de colapso vial previstos ante la vuelta masiva al trabajo y las clases después del verano, la entendible preocupación por el “súper lunes” sirvió para recordar una vez más hasta qué punto el sistema de Santiago —su infraestructura y su red de transporte— sigue funcionando “al límite de su capacidad”, como describió correctamente la Presidenta Bachelet en noviembre pasado, luego de la falla eléctrica que paralizó el metro y produjo serios trastornos, con la posterior renuncia del presidente de la empresa estatal.
Precisamente porque el transporte capitalino funciona en un delicado equilibrio —y puede entrar en crisis ante una lluvia fuerte, la interrupción del servicio en un tramo del metro o un choque en un punto neural de la red—, las autoridades anunciaron de antemano un variado arsenal de medidas para enfrentar el brusco aumento del tráfico posvacaciones en Santiago. Estas respuestas de orden “táctico”, que parecieron en general acertadas, se justifican aún más considerando que distintas obras de vialidad y la designación de pistas adicionales para uso exclusivo de buses en el centro de la ciudad se suman al estrés operativo estructural de todo el sistema. Sin embargo, esta situación no se percibe como parte de las prioridades en la agenda del actual Gobierno.
Enfrentar seriamente los problemas de fondo requiere cuotas de creatividad, audacia y decisión política que se echan de menos hace años. Porque junto con abordar aspectos de infraestructura —nuevas líneas del metro, reingeniería de Transantiago, más ciclovías y optimizar la superficie vial existente—, se trata también de concebir el transporte en la ciudad desde otra óptica. Eso supone, por ejemplo, realinear incentivos para que el transporte público deficiente no estimule el aumento del parque automotor; evitar medidas que promueven el uso del automóvil en lugar de lo contrario (como la sugerencia de prohibir el cobro en estacionamientos); o actualizar la normativa de circulación y seguridad aplicable a las bicicletas.
Mientras no se pongan en práctica esas y otras maneras de perfeccionar el sistema de transporte santiaguino, seguirá latente la amenaza de un colapso vial de proporciones ante cualquier cambio en las variables que intervienen en el precario equilibrio actual.