Virtudes humanas versus corrupción
Corrupción, influjos indebidos y anormalidad en diferentes frentes nos traen las noticias en los medios. ¿Y la honestidad y las conductas correctas? No son destacadas. Y las hay. ¿Es Chile un país corrupto? Aún no, si se lo compara con otros, pero, al parecer, se camina hacia ello. Violencia, drogas, impunidad aparente nos bombardean diariamente. […]
Corrupción, influjos indebidos y anormalidad en diferentes frentes nos traen las noticias en los medios. ¿Y la honestidad y las conductas correctas? No son destacadas. Y las hay. ¿Es Chile un país corrupto? Aún no, si se lo compara con otros, pero, al parecer, se camina hacia ello. Violencia, drogas, impunidad aparente nos bombardean diariamente. ¿Qué hacer? No basta afirmar que las instituciones del sistema democrático deben actuar. Se requiere que quienes las configuran sean personas moralmente correctas, que sepan distinguir entre el bien y el mal y que actúen justamente, buscando el bien común, jurídico, económico y social.
Esto nunca ha sido tarea fácil. Ya en la vieja democracia de Pericles en los inicios de la democracia, hubo corrupción y, según relata la historia, desde los tiempos del Imperio Romano hasta hoy la ha habido en el Occidente. El ser humano no es un ser perfecto, ni tampoco inmune a la corrupción.
El cristianismo reconoce la diferencia entre el bien y el mal, a pesar de la debilidad de sus miembros. Éste siempre ha afirmado que se debe estar atento ante la debilidad, fallas, negligencias y pecados, como la soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula envidia y pereza, y que se deben estimular y acentuar las virtudes de la humildad, largueza, castidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia. Es el trabajo que todo ser humano debe realizar. No es un itinerario meramente religioso, es moral, y se fundamenta no sólo en la esencia del cristianismo, sino en el pensamiento clásico griego y en el de otros grandes filósofos de Occidente.
El secularismo extremo es el grave obstáculo que hoy encuentra el camino de las virtudes. Si no se reconoce un orden objetivo moral, el hombre se transforma en el lobo del hombre, y su fin no es otro que un egoísmo narcisista que busca el poder y el dinero, abusando del ser humano y transformándolo en engranaje de antiguos totalitarismos o del capitalismo salvaje. Sin una conversión moral personal y social seguiremos por la senda de lo corrupto y la justicia no será respetada: actuará con acepción de personas. Prudencia, justicia, fortaleza y templanza han de conformar el edificio moral de la sociedad y los valores que aporta el cristianismo ayudan a conformarlo.