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Visión de Grecia en el tiempo

“Me encontré con un país enteramente diferente, integrado a la Unión Europea, evidentemente modernizado en los transportes, las comunicaciones, los servicios”.

Publicado el 06/03/2015

Estuve en Grecia, en una isla del Dodecaneso, en el verano de 1966, en años en que era secretario de la embajada chilena en París, y volví a la misma isla en 1972, en tiempos en que trabajaba junto al poeta y embajador Pablo Neruda. No presté la suficiente atención al hecho de que en Chile gobernaba entonces la Unidad Popular y de que en Grecia se había instalado hacía poco un régimen militar. Hubo molestias menores para mi familia y algunos amigos cercanos, pero no pasaron de ahí. Lo que sí me sorprendió es que la isla tenía un par de taxis viejos en 1966, además de nubes de bicicletas, y seis años más tarde estaba poblada de automóviles, hasta el punto de que había ocasionales problemas de estacionamiento. ¿Modernización de estilo militar, progresos del consumismo? No conozco el tema en detalle, pero había, sí, un fenómeno esencial, que observé en viajes más recientes. La Grecia de los años sesenta y comienzos de los setenta era un país atrasado, de ritmo lento, más medio oriental que europeo, que se había desgajado del Imperio Otomano después de la primera guerra mundial, pero que no terminaba de adquirir una identidad contemporánea. En viajes recientes, en mi participación en un Salón del Libro en Atenas, en la presentación de una novela mía traducida al griego, me encontré con un país enteramente diferente, integrado a la Unión Europea, evidentemente modernizado en los transportes, las comunicaciones, los servicios. Los griegos de la década de los sesenta, simpáticos, bulliciosos, comunicativos, jugueteaban con sus cuentas de madera, bebían ouzo o retsina, cantaban o se ponían a bailar en medio de la calle. Pensaban que Chile era una región del mundo que se encontraba al otro lado de Argentina y entendían que los hombres gordos, panzudos, de edad mediana, eran más importantes que los otros. Era un país de poetas, de grandes poetas modernos, desde Cavafis y Giorgio Seferis en adelante, y nunca faltaba alguna conexión remota, algunas veces femenina, con los remotos mundos chilenos. En el caso de la Isla de Leros, vecina de Patmos, se divisaba la costa turca en los días despejados y había una residente sueca, Sun Axelsson, que había pasado parte de su juventud en Chile, que tenía numerosas amistades entre nosotros y que era la principal traductora al sueco de Pablo Neruda.

Cuando leo las noticias del reciente gobierno de Syriza y de Alexis Tsipras, pienso en el cambio acelerado del horizonte griego que me ha tocado presenciar a lo largo de cinco décadas, una transformación que con sus autopistas, sus urbanizaciones a la orilla del mar, sus aeropuertos, habrá costado montañas de dinero, y no puedo dejar de reflexionar sobre los cataclismos financieros que el proceso ha provocado. Había una tendencia a mirar la pobreza de la Grecia de antes con una relativa indiferencia, con cierta afición al pintoresquismo. Nosotros nos duchábamos en 1966 debajo del caño de agua fría de un lavaplatos de piedra, en una vasta cocina, ya que nuestra casa no tenía instalaciones modernas, y era un detalle más de una vacación perfecta. Yo me acuerdo ahora de una poeta de gran estatura, con cabeza de Pallas Atenea, Olympia Karagueorguis, que vivía en una casa estrecha, al final de una colina, en compañía de su anciana madre y de una colonia de gatos. La Grecia del subdesarrollo era polvorienta, fascinante, de una belleza natural, unos mares, unos cielos, unas islas e islotes, que no cansaban nunca.

Ahora los europeos exigen la devolución de la deuda, del costo de la modernización, y ya se habla de un tercer rescate, que para España, por ejemplo, implicará un desembolso de miles de millones de euros, añadidos a los que ya ha tenido que poner antes sobre la mesa. Los nuevos partidos europeos de extrema izquierda comienzan anunciando que no van a pagar, pero cuando llegan al gobierno, como en el caso griego, tienen que cambiar de discurso. De otro modo, no podrían pagar los sueldos y los servicios esenciales a final de mes. El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, le pide a Tsipras que sea consecuente y les diga a sus electores que no podrá cumplir con todas sus promesas electorales. Es el alto funcionario que intenta darle lecciones al jefe político, pero, claro está, el político asume estas cosas con otra perspectiva.

Los griegos de Syriza, como los españoles de Podemos, se queja Juncker, son muy buenos en sus diagnósticos, en señalar los males de los sistemas, pero perfectamente incapaces cuando se trata de encontrar soluciones. Nosotros, en nuestra lejana periferia, también hemos escuchado hablar de estos delicados asuntos. Y si tenemos en cuenta que Podemos y su líder carismático, Pablo Iglesias, son seguidores fervorosos del gobierno venezolano de Maduro, que se hunde en el desabastecimiento, en una inflación casi galopante, y mete a la cárcel a los jefes de la oposición, llegamos a conclusiones tristes e inevitables. No creo que Alexis Tsipras siga frente a sus votantes el consejo de Jean-Claude Juncker, pero algo tendría que decir, aunque sólo sea relativo y aproximado.

Jorge Edwards

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