Derechos mínimos y exigibles
Por Fernando Balcells
Por Fernando Balcells
En estos días de incertidumbre han resurgido voces preocupadas del tratamiento jurídico que se le otorgará a los derechos sociales, económicos y culturales, “ya que desde el momento que sean exigibles, deberán asegurar mínimos de igualdad social” (Felipe Larraín, El Mercurio 27 de abril).
La disyuntiva que plantea el ex ministro es una oposición entre derechos exigibles e inexigibles. No es una broma ni es el único que ha hecho este planteamiento. Actualmente, una buena parte de los derechos sociales no son exigibles y existen en ese paraíso aspiracional, indeterminado y repleto de espinos que se llama justicia.
Hay que rescatar dos regalos conceptuales de la frase: “derechos exigibles” y “mínimos de igualdad”. Me declaro culpable de querer ambos. Ofrecer derechos que no son exigibles es una buena definición de la demagogia de la actual Constitución y de la política chilena. Puede haber múltiples defectos en el derecho, pero los derechos inexigibles son una provocación a la ciudadanía. La indignación social viene de esos derechos que se prometieron con alarde de progreso y se eludieron.
Convivimos en la expectativa de derechos diseñados para evitar reclamo y permitir que sean contradichos por la ley. La inconsecuencia de la Constitución le permite hablar de igualdad de derechos entre hombres y mujeres a título declamativo y sin embarazarse. Las leyes la desmienten y la realidad, en lo laboral y lo social, la discrimina.
El derecho a un medioambiente sano tampoco garantiza directamente la limpieza del aire, pero delimita un ámbito de bien público a partir del cual se puede legislar proactivamente.
¿Se puede entender que la preocupación ambiental plasmada en la Constitución sea una dificultad para el libre emprendimiento? Por supuesto. La discusión no opone medio ambiente a libertad de emprendimiento, sino que explora el modo en que ambos se enlazan. La tarea es equilibrar. Necesitamos pasar de la discusión de los derechos genéricos a su exigibilidad. Si en vez de discutir sobre educación habláramos sobre mínimos obligatorios y exigibles, separados de lo voluntario, evitaríamos algunas trampas del debate.
Somos un país pobre y aquí todo, todavía, se trata de mínimos exigibles. Desde este punto no hay vuelta atrás.